Suele decirse, con razón, que si bien hay similitudes entre los procesos políticos de Venezuela y Ecuador, también hay diferencias. Entre las coincidencias resalta el modelo paternalista y clientelar basado en los petrodólares. Asimismo, el propósito de eliminar a los medios de comunicación que no sirvan de parlantes de las razones gubernamentales y, en general, de agitar las banderas de la sociedad civil para justificarlo todo.
Entre las diferencias, el gobierno de Rafael Correa luce más estructurado, es consistente en la construcción de infraestructura y en el gasto social. La inseguridad, pese a las tareas pendientes, no tiene como actores a civiles armados desde el poder. Y las Fuerzas Armadas no han plegado al pedido gubernamental de defender la revolución ciudadana.
Este ejercicio comparativo permite observar que la diferencia a favor del Gobierno ecuatoriano se debe, entre otras cosas, a que la curva de aprendizaje ha sido más corta. En general, Correa se ha acercado a sus objetivos políticos con mayor velocidad que Chávez a los suyos. ¿Cómo ha sido, en cambio, la curva de aprendizaje de la oposición?
Como resignada a comprobar el aforismo de que más vale tarde que nunca, la oposición venezolana entendió que debía marchar unida. Henrique Capriles aparece en este momento como una realidad política para las próximas presidenciales. Acá no solo no hay curva de aprendizaje: ni siquiera hay aprendizaje. Los viejos partidos, acostumbrados a ejercer liderazgos únicos y sin relevos, ni siquiera piensan en reinventarse.
Es vergonzoso, políticamente hablando, el modo en que los socialcristianos quieren reingresar a la política nacional. Es bastante fácil predecir a dónde llegará esta propuesta, si todo se reduce al culto a la personalidad del ex presidente León Febres Cordero, en clave violenta.
En cuanto al movimiento político que se gesta detrás de las marchas, si bien hay nuevas sensibilidades en escena -como la defensa del derecho al agua por encima del valor de los metales preciosos-, los paradigmas siguen intactos. Basta leer uno de los párrafos del manifiesto de apoyo a las marchas populares que avanzan a Quito, en el cual se recurre al dogma para referirse a los medios independientes como parte de un “poder mediático, mundial y nacional, pilar central del poder del capital multinacional y de una poderosa estructura trasnacional al servicio, junto al Pentágono, la Otan y organismos internacionales como el FMI, de la dominación imperial mundial”.
Pese a sus errores y a ser su mayor enemigo político, Correa está cómodamente ubicado en el centro, mientras el radicalismo se repite. Correa incluso se da el lujo de repetir viejas prácticas, pero permanece imbatible frente a dirigentes que no entienden que la mejor garantía para conseguir los resultados de siempre es seguir actuando como siempre.