Médico como soy, aunque ya nonagenario, con este artículo me propongo contribuir a que la pandemia que azota el mundo y nos tiene en cuarentena, no nos mate del tedio.
Que los ecuatorianos leemos poco, tal parece. El encierro en que vivimos y que puede prolongarse por meses, puede ser la coyuntura para que nos iniciemos en el hábito de la lectura o nos mantengamos virtuosamente en tal ejercicio. Lo que se requiere es un libro que nos mantenga en suspenso y un ‘cuchito’, discretamente aislado del tráfago familiar. No se trata de un acto de egoísmo. En las actuales circunstancias, la serenidad del lector o los lectores, en una familia, bien puede significar el aguante de todos ante la adversidad.
A mi lo que me va es la novela. El cuento es un género que requiere gran maestría para llegar a un final, temprano, en el que no cabe una palabra más. Como no ser los cuentos que se incluyen en “El Aleph” de J.L. Borges o la “Arcilla indócil” de Arturo Montesinos, cuencano, el cuento me deja insatisfecho.
Entre las ultimas novelas que he leído y me deslumbraron. “Tierra Alta” de Javier Cercas, español, autor también de la inolvidable “Soldados de Salamina”. “Los errantes” de Olga Tokarczuk, polaca. De una de mis preferidas, la chilena Isabel Allende, “Un largo pétalo de mar”.
“Bajo el árbol de los toraya”, del francés Philippe Claudel; tanto me impactó que escribí un micro ensayo sobre la muerte, la vida y la memoria. Se dejó leer la novela de Oscar Vela Descalzo, ecuatoriano, “Ahora que cae la niebla”.
Por hoy les dejo a mis lectores, los que requieren de auxilio, armados y equipados. Ello no obstante, mi alter ego se empeña en que debo referirme a “El Quijote”, novela magistral, de obligada lectura. Debo darle la razón.
Si ya la ha leído, nada más gratificante que volver a aquellas páginas, siendo de advertir que a los más nos costó dos o más intentos para concluirla.
Cervantes, por si no lo sepa, fue un judío sefardita que se ganaba la vida recorriendo los pueblos como recaudador de los impuestos del Rey. ¡Los caminos de la Mancha! Con esas manchas de merinos que iban y venían; esos molinos de viento donde no sopla el aire como no ser cargado de pedrisco; esos castillos en ruinas, ya sin castellanos, esos alcaldes zafios de pueblos imposibles, esos mesones servidos por mozas mugre estropeadas desde siempre. Al Quijote, Alonso Quijano, el caballero de la triste figura, se le vio salir de su pueblo animado del loco anhelo de corregir injusticias centenarias. Retornó más loco que nunca, siendo verdad que le vino la cordura cuando todo era tarde. ¿Y Sancho, el de la panza enorme? Por ahí se quedó como gobernador de la Ínsula Barataria… Debo confesarles a mis sabidos lectores que en este ‘feriado largo y obligado’ me he propuesto volver a las páginas de el Quijote. ¡Ni faltaba más!