No es que la oposición o la Iglesia Católica provocaran la coincidencia del petróleo, el Cotopaxi y El Niño, pero allí están con pronóstico reservado. Los hechos son de orígenes diferentes. Naturales –la erupción del volcán y el diluvio infantil– y el otro causado por las relaciones económicas humanas, que nunca han podido dominar por completo la ley de la oferta y la demanda.
En estas circunstancias, dar consejos al pasado insistiendo en lo que debió hacerse –ahorro y reservas- resulta inoficioso frente a hechos que en su evolución pueden generar graves calamidades. Empero, hay que advertir que a diferencia de años pasados, cuando el modelo económico adoptado imponía las decisiones políticas, ahora se percibe un cambio violento de la corriente.
La política irrumpirá contra el modelo para encontrar una salida a la crisis. Cuanto antes mejor, pues si coinciden los tres fenómenos, la situación puede tornarse insostenible y caótica.
Con estos antecedentes, de agravarse la crisis, las posibilidades de salida y supervivencia por lógica perfilan tres opciones.
La primera es que el régimen se arriesgue a continuar solo y de manera exclusiva en la administración y decisión política. Se tratará de culminar el ciclo que le permitió la concentración del poder y cuya próxima y última estación será la reelección indefinida. Cualquier desviación será calificada de insolente. Hay que advertir que si se fracasa el daño será descomunal y afectará al precario sistema institucional del Ecuador.
Una segunda opción consistirá en amortiguar la confrontación y promover una sucesión interna en la administración del poder con el pulimento de un ‘outsider’. Sin embargo, este proceso no es fácil. Basta repasar las recientes elecciones primarias en Argentina y observar las distancias entre el vencedor de las primarias Scioli y la presidenta Cristina Kirchner.
Por eso hay que recordar una vieja lección del peronismo: nunca segundas partes fueron completamente fieles e incondicionales; mucho más, si se escoge a un sastre, pues hay mucha tela que cortar.
La tercera opción es prometedora, pero la más difícil. Implicaría un gran acuerdo que empiece con el archivo de iniciativas o proyectos empezando por la “guinda del pastel” que es la reelección indefinida. Sin embargo, la mayor gravedad o dificultad de esta salida es que no existe una contraparte que formalice o garantice el acuerdo. Hay tantas cabezas de ese lado de la mesa, como adornos de un árbol de Navidad.
Ante el desconcierto, es necesario refrescar la memoria, pues el país ha superado duros momentos. De 1979 al 82 el recuento es estremecedor: efectos del conflicto de Paquisha, El Niño de 1981, el cierre de mercados para la banca de América Latina; una oposición desestabilizadora en el Parlamento, donde se engolosinaron subiendo precios que nunca demandaron a los gobiernos militares. Pero eso fue en otro siglo, ahora somos diferentes. Lo que se desconoce es si somos mejores.