La Carta Democrática Interamericana aprobada el 11 de septiembre del 2001- ¡qué fecha tan lamentable…! -tiene las mismas exclusiones que las de la ONU y de la OEA. Son instrumentos que regulan las relaciones -deberes y derechos- entre los Estados y que observan un tratamiento marginal para los seres humanos que viven y soportan, algunas veces, a los gobiernos autoritarios que administran esos Estados. En algo, años antes, el Pacto de San José de 1969 remedió esta omisión, al constituir la Comisión y la Corte Interamericana de los Derechos Humanos. Gracias a ellos, crímenes de lesa humanidad en Chile, Argentina y la jurisprudencia sobre los desaparecidos en Brasil han marcados hitos a favor de las personas y no solo de esas entelequias estatales. Los ciudadanos del Ecuador han obtenido también algunas reparaciones como, entre otros, los casos de los hermanos Restrepo o el de Consuelo Benavides.
La Carta cumplió sus primeros 10 años y celebró en Lima una cita en la que participaron importantes ex mandatarios. Las conclusiones fueron críticas, por que comprobaron que los resultados eran escasos en cuanto a las garantías que ofrecen para los ciudadanos que tienen derecho a una democracia similar como la que es usual en otras latitudes de Occidente.
Cuando se elaboró esa Carta, era explicable la reacción contra las dictaduras militares que infectaron las décadas anteriores; unos de manera blanda y otras plagadas de procedimientos crueles y sangrientos.
En este contexto el balance es positivo y ha existido coherencia para defender regímenes productos de elecciones libres, aunque se olvidaron que la libertad no solo es un mandato supraestatal, sino que en casi todo dependen de las reglas al interior de los Estados como son: la división de la funciones para evitar un poder absoluto; la alternabilidad garantizada por la no reelección y que la libre expresión sea la garantía del funcionamiento de todo el sistema. Lo contrario no es democracia. Son formas populistas que significan renovadas experiencias en las que existe una sola palabra, una sola voluntad, que permita vivir con relativa tolerancia, pero sin ningún derecho garantizado: “Perón, Perón… que grandes sos… mi General…!
La vieja carta no es mezquina. El artículo cuatro prescribe la división de funciones en el Estado como garantía de la democracia y el cinco tiene un adjetivo que es trascendental. Dice que los Estados deben ser probos… ¿Fue probo el Estado del Ecuador cuando el Presidente utilizó todos los instrumentos de intimidación contra directivos de El Universo y Emilio Palacio en el entorno de una administración de justicia pusilánime?
El Secretario General de la OEA, en el ejercicio de su cargo, recuerda a esa triste figura mitológica del ciego Fineo, a quien las arpías le hurtaban los alimentos elementales. ¿Cuándo llegarán los argonautas para salvarlo?