Cuando lo que aspiramos a tener o hacer se convierte en un alimento, no del espíritu o necesario para el cuerpo, sino de una mal habida emoción, esto se convierte en un vicio.
Así como es natural aspirar a algo, una normal ambición, el exceso, como cualquier otro, se convierte en un vicio, un alimento para la mente, sin el cual no sentimos que somos nada ni nadie.
Parece que vivimos una actualidad política llena de viciosos de poder, que alimentan su ego, su imaginaria grandeza de una sed de poder sin límites ni respeto por leyes y, peor aún, sin respeto alguno por los pueblos que dirigen, quienes, en su momento, con confianza y esperanza les dieron su voto democráticamente y confiados en la revolución del cambio.
Pero este vicio-poder está llevando a más de un gobierno por despeñaderos en los que como pulpos quieren aferrarse al control en todo ámbito, sin importar si para ello deban cambiar hasta la misma Constitución que tan concienzudamente escribieron.
No es solo en América del Sur, aunque suficiente contagio existe y, con terribles resultados, como lo vemos en países vecinos. Sobre todo y, vergonzosamente, aprobados y casi, con apoyo, de gobernantes que, obligatoriamente, deberían buscar el bienestar de la mayoría y no alimentar su propia adicción, si cumplen con sus propios discursos tan fuertemente publicitados.
Un nuevo modelo de comunicación cansón y apto para todo tipo de indignidades. El silencio otorga y las respuestas que sienten recibir los dictadores de hoy es el apoyo de los otros. Es conocido que los adictos o viciosos se ayudan entre sí y se cubren las espaldas.
Hay hombres en la historia, tantos dictadores encubiertos o al descubierto, que han acabado con su nombre en las páginas de los libros de estudio pero, obviamente, no como ejemplos a seguir para las generaciones futuras, sino como puntos negros en el desarrollo de la humanidad.
Esto demuestra que no todas las revoluciones tienen como resultado un tono positivo y, peor, se convierten en ejemplos a no ser repetidos.
Hoy vemos cómo el pueblo sufre, hay demasiadas muertes y tristes historias para contar. Las generaciones jóvenes han perdido ya un derecho que, para generaciones anteriores era, simplemente, propio, pudimos gozar de la libertad de ser, de expresarse, de pensar de manera única.
No todos somos iguales, ni pretendemos serlo. No tenemos que pensar como el resto.
Es maravilloso ser único en pensamiento, en ambiciones, en sueños y ya ni eso podemos tener.
Si uno disiente es corrupto, no hay mejor ejemplo que la ‘prensa corrupta’. Si uno no tiene la misma ideología se debe a poderosas internacionales de derecha.
En fin, el vicio ha llegado a tal nivel, que la juventud ya no puede soñar. Los gobernantes quieren estar en todo, controlando todo, desde lo que les es inherente a sus funciones hasta a aquellas que corresponden a gobiernos locales, a otros estamentos, estar en todo como dioses y todo para satisfacer la inmensa hambre del descontrolado vicio.