Como una reiteración permanente de buscar legitimar nuestros sistemas democráticos hemos vivido en América Latina buscando el chivo expiatorio que explique nuestra pobreza o marginación en razones externas. Que las hay, pero que por sí solas no explican el verdadero drama de nuestros pueblos. Algunos políticos han hecho de lo foráneo la justificación de los demonios internos con los que no se ha querido lidiar. Ellos son la inequidad, la pobreza, la injusticia, la miseria en muchos de los casos y la corrupción que ha hecho perder grandes oportunidades de desarrollo Esta contradicción de fuerzas impide observar con claridad el desafío de hacer de nuestros países espacios de desarrollo y de prosperidad. Cómo podríamos explicar a las generaciones por venir la abundancia que se dio en estos tiempos de gran demanda de materias primas y de mayor conciencia nacional que no pudimos despegar porque la retórica, la cháchara desacreditante y hostil se convirtieron en auténticos dogmas recitados por los nuevos catequistas del populismo que impidieron que la razón y el desarrollo de las libertades legaran pueblos más prósperos y desarrollados. ¿Cómo los venezolanos le podrán explicar que cuando Chávez llegó al poder el petróleo valía USD 8 y que llegó a cotizarse en más de USD 100 el barril y el pueblo siguió pobre e inseguro? Claro, estoy seguro que otros líderes iguales explicarán las razones en función de los gastos de defensa que tuvo que hacer el país ante la “inmisericorde campaña internacional en alianza con sus cipayos interiores”. Lo cierto es que la realidad habrá mostrado la repetición de los datos de nuevos corruptos que aprovechándose de la bonanza económica sumieron de nuevo a varios de nuestros países en la pobreza y la marginalidad.
Nunca hemos tenido un mejor escenario para desarrollar espacios propios de prosperidad en libertad y lo hemos desperdiciado en odios y resentimientos absurdos que solo sirven para mantener a algunos gobernantes bribones en sus cargos e impedir el desarrollo de sus pueblos. Mientras el pueblo tenga algunos mendrugos y una movilización permanente, todo lo demás será observable recién después de una generación. Hemos perdido varias oportunidades por chambones o por corruptos y acaso lo peor sea que muchos de estos gobiernos son absolutamente conscientes del daño que perpetran contra sus pueblos y celebran el engaño barnizado de un nacionalismo chato y miserable.
Dentro de nuestros propios muros viven con comodidad aquellos que más detestan la libertad y libran en democracia una guerra sin cuartel con quienes aún creen que un pueblo despierto, respetado y estimulado hace que las conquistas económicas se transformen en legados valiosos para una nueva generación de latinoamericanos a los que más difícilmente se los podrá engañar a futuro. Es tiempo de diferenciar y actuar.