El país se encuentra en una coyuntura muy interesante. Las elecciones servirán para definir nuestro futuro como patria independiente, libre y soberana, en el corto, mediano y largo plazos. Soy un convencido de que, pase lo que pase, la forma de interrelacionarnos entre unos y otros para vivir en sana paz, bienestar y progreso se impondrá de manera tajante. El poder del voto en manos de los ciudadanos es hoy más que nunca la clave para descifrar el intrincado acertijo nacional y enrumbarnos en lo político, económico y social con la decisión de las mayorías.
Decía Ortega y Gasset que el hombre es él y sus circunstancias, alegando que la circunstancia es lo que nos moldea de alguna manera. Pues bien, la circunstancia se nos presenta abiertamente, para que seamos nosotros mismos, con nuestros valores y principios, los que le demos forma permanente a la manera en que queremos desarrollarnos. De allí lo crucial de esta nueva oportunidad que el destino nos depara como nación.
Más allá de las críticas y aprehensiones existentes, el sufragio, sin los arneses que lo puedan constreñir y mediatizar, sigue siendo el mejor instrumento para que la expresión colectiva de la gente sea lo que comúnmente se llama “la voz del pueblo” que, por supuesto, debe ser acatada, obedecida, por quienes pretenden guiarlo por los senderos democráticos, sin imposiciones y exclusiones de ninguna naturaleza. Es decir, construir una democracia (en la cual el ciudadano sea el protagonista y no lo contrario) que aleje cualquier limitación que restrinjan las libertades públicas. Por eso, pensamos una Venezuela incluyente, donde todos nos sintamos libres de expresar nuestras opiniones y pensamientos sin cortapisas, sin temores ni retaliaciones de ningún tipo, independientemente de que sean distintas y opuestas a las nuestras. “No comparto tu opinión, pero daría la vida por defender tu derecho de expresarla”, escribió Voltaire. Esa debe ser la máxima que prevalezca para que los seres humanos podamos entendernos dentro de la diversidad. El pensamiento uniforme es ajeno a la existencia misma del hombre, en tanto ser vivo.
Venezuela no puede, no merece, ser un país dividido en dos. Puede haber diferencias; de hecho, de los contrastes surgen las iniciativas positivas y la creatividad, donde el conjunto de la sociedad es el protagonista, la esencia motiva a la realización de la existencia colectiva e individual. Por ello debemos poner todo lo que esté a nuestro alcance para lograr este fin último.
Sí se puede construir, con el esfuerzo y la participación de todos, el país que queremos, el país de la reconciliación, la patria ancha y grande, como la llamaría Andrés Eloy Blanco, que potencie las virtudes de los hombres y mujeres que nos sentimos genuinamente orgullosos de ser venezolanos.
El Nacional, Venezuela, GDA