La política se mueve en forma vertiginosa. Cada día amanecemos con sorpresas. Aun no procesamos la muerte cruzada ni festejamos el despido de los asambleístas, y nos saltan al cuello nuevos salvadores de la patria. A todos les han “rogado” ser candidatos. Todos dispuestos al sacrificio.
Existen dos circunstancias pendientes poco valoradas. La acusación de corrupción -más allá del juicio fracasado- sobre empresas públicas y tráfico de influencias que merecen esclarecimiento. Y la prisa del Consejo de Participación correísta que demanda cuidado intensivo. Pueden hacer barbaridades.
Aun está incompleto el inventario de valientes -u oportunistas- pero se puede anotar un par de puntos. Reconocer, ante todo, que se trata de un período corto -año y medio- de transición. No hay campo para cambios estructurales. A lo más un par de urgencias. Los ampulosos planes de transformación son un engaño.
Los nuevos aspirantes, otra vez, son demasiados. De alguna manera, todos buscan frenar al correísmo fortalecido: estructura, caudillo, disciplina, soportes locales, maquinaria electoral y propagandística, recursos ilimitados. Desdolarización y modelo venezolano son las más graves alarmas levantadas.
Un crimen histórico se perfila… la dispersión del voto. El 70% de electores no correístas se hará humo si se fragmenta el voto. Canibalismo político, aun en la misma tendencia. No aprendieron de la experiencia. Aquella que nos dejó autoridades con menos del 20% de votación. Señales de lectura política errada, egos inflados, irresponsabilidad histórica.
El crimen se focaliza en la cancha de 3 presidenciables: Villavicencio, Otto y Yaku. Con uno de ellos sería suficiente. Otto, perfilado para el 25, ha saltado ahora. Los 3 llaman a una coalición amplia, pero ninguno cede el liderazgo. Se ponen el pie. Se remuerden los dedos.
Momento para la generosidad y el entierro de egos. Para la responsabilidad y la negociación consciente. Repetir la dispersión será un suicidio personal y un crimen social.