Cruza el mundo un flagelo perverso, el olvido de los viejos. Estado, familia, poder privado; se ha declarado en interdicción a quienes han rebasado ciertas edades. Según el país (a los 40 en algunos), son seres mutilados por un sistema depravado cuyo único fin es acumular dinero, sin importar valor humano. No pueden acceder a ningún trabajo y se los ve con pesadumbre o fastidio.
Giorgio Agamben escribió: “Se dice que a los viejos solo les queda una cuerda para tocar. Y es, tal vez, una cuerda desafinada, que produce lo que Stefano Gradi llamaba la nota del lobo, sin embargo, esa nota desafinada suena más larga y profunda que el instrumento intacto de la juventud”.
La eutanasia oculta
La vejez no es una enfermedad como se proclamó en la Antigüedad. Aristóteles sustentó que ancianidad y enfermedad llegan juntas. Este juicio es una deriva del pesimismo griego. Conciencia de la enfermedad fraguada en la flaqueza, el dolor y la corporalidad.
El anciano ha pasado a través de la tumultuosa crónica de la peripecia humana como sinónimo de sabio, aunque en ciertos regímenes absolutistas –fascismos de izquierdas o derechas– es considerado una especie que debe exterminarse.
En nuestra hora, el avance insofrenable de la tecnología también se ha sumado en la ominosa tarea de olvidar a los ancianos. No se trata de demonizar ese avance, lo que se debe cuidar es que esté al servicio del ser humano.
Hasta los 50 del siglo XX pocos se percataban de la llamada eutanasia oculta. Reclusión voluntaria, encierro, enceldamiento en una soledad fraguada a golpe de escoplo, en rechazo a una sociedad que olvida a los viejos. Rebelión de seres humanos hastiados de recibir vilipendios y vergüenzas.
Hace poco murió uno de los grandes actores del cine, Gene Hackman. Su cadáver fue hallado una semana después de su muerte, junto al de su compañera Betsy Arakawa, pianista clásica. Tenía 95 años, ella 65. Silencio, abandono, olvido. ¿Ejemplo de eutanasia oculta como se ha difundido? Betsy había muerto por contagio de hantavirus, segregado por roedores. El marcapasos del actor señalaba que murió varios días después.
El misterio empezó a diseminarse. Hackman había legado todo a su compañera y ella a él. El acertijo quedó construido: ¿quién heredará los casi 90 millones de dólares del actor? Material digno de una película que parecería que Hackman dejó como legado.
En la memoria del actor palpitó siempre el dibujo de una mano en actitud de despedida, era la de su padre a quien no volvió a ver desde niño. A los 30 años, en un recinto de artes escénicas, fue calificado como la mejor promesa del fracaso.
Fraguado a la intemperie, bizarro y obstinado, asedió oportunidades. Logró una aparición en Lilith, película mediocre. Pero enseguida obtuvo su primera nominación al Óscar por su actuación en Bonnie y Clyde. No solo fue su primer paso hacia su consagración, sino que, sin saberlo, con este filme, instauró un nuevo mundo del cine. De héroes relumbrantes y perfectos, surgieron actores vulgares, achaparrados y vulnerables, como extraídos de las entrañas del imperio.
Cuando un periodista pidió a Hackman –en la cima de su gloria– que compendie su itinerario, él se anticipó a lo que debió escribirse en su lápida: “Lo intentó. Creo que esa frase se ajusta a mi vida”. En efecto, lo “intentó” todo. Su catadura bronca y explosiva dejó huella imborrable. Detestó directores, libretistas, maquilladores… quiso fungir de “todo”. Algunas de sus películas vienen a la memoria.
Contacto en Francia. Hackman asumió el reto como quien se ofrece a un suicidio planeado por otros. Historia urdida para un actor como él. Un condenado a muerte huye despavorido. Hackman encarna a un detective revoltoso que corre y corre, aunque nadie sabe adónde.
La noche se mueve y Muerde la bala. De suspenso la primera, de ribetes épicos la segunda. Actuaciones soberbias de Hackman. Junto a Contacto en Francia, la tríada que mantendrá viva su memoria en la escurridiza retina del tiempo.
¿Eutanasia oculta la del actor y su compañera? Es posible. Salían muy poco, pero esta vez demoraban demasiado. La figura escurrida del actor, medía 1,90 m –semejaba un largo esqueleto encorvado ambulando–, se había esfumado, junto a la de su compañera.
Un vecino de Hackman atestiguó haber visto a Leslie, una de las hijas del actor, rondando por la mansión de su padre –nocturna y tenebrosa ave de rapiña–, acaso ultimaba detalles de algún macabro propósito. Cuando las autoridades llegaron un olor a muerte se había apoderado de la casa. Para los admiradores del actor –ojalá sea verdad– se trató de un suicidio acordado con Betsy, como queriendo rubricar que el amor también es una larga paciencia.