Fíjese usted en esta frase, tomada de un programa de reformas recientemente adoptado por un país amigo: “El Gobierno mantendrá una macroeconomía estable, ofrecerá servicios públicos, salvaguardará la competencia justa, supervisará el mercado, mantendrá el orden del mercado, promoverá el desarrollo sostenible e intervendrá cuando el mercado falle”.
La frase no es de ningún gobernante neoliberal que lo único que busca es reducir el papel del Estado y quitarle su “rol protagónico”. Tampoco es la propuesta de un país que está siendo presionado por el Fondo Monetario para impedir que su Gobierno intervenga activamente en la economía. No, eso fue dicho hace dos semanas por Xi Jinping, el presidente de la República Popular China durante la última reunión del comité central del Partido Comunista Chino.
Porque el “pleno” de mediados de noviembre marcó una línea de importantes reformas económicas, a partir de las cuales se va a dar un rol “decisivo” al mercado en la asignación de recursos (antes tenía un rol “básico”). En palabras de la agencia estatal de noticias china, “eso significa que la economía futura se enfocará en el papel importante del mercado en lugar de en el Gobierno” y que “el mercado deberá fijar todos los precios que el mercado pueda fijar, mientras que el Gobierno deberá abstenerse de intervenciones inapropiadas”.
Quizás vale aclarar que China puede estar caminando por la senda sensata en lo económico, pero aún le falta crear una democracia liberal, pues sigue siendo una dictadura de un partido único (también conocida como dictadura del proletariado).
Pero leer tanta sensatez económica me recordó otro texto en el que también se resalta la utilidad del libre mercado y la importancia de que las intervenciones del Estado sean la absoluta excepción, el “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” en el que aparecen frases como que “existen buenas razones para retener que, en muchas circunstancias, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades” e incluso que “un mercado verdaderamente competitivo es un instrumento eficaz para conseguir importantes objetivos de justicia”. Y, dado que el idioma oficial del Vaticano es el latín, asumo que habrá una versión latina de ese Compendio.
Así que en latín y chino están diciendo que los mercados son eficientes y deseables. ¿Cómo es posible que los funcionarios del Partido Comunista Chino y los obispos católicos digan cosas tan similares? ¿No será que están diciendo algo sensato y punto? Mientras tanto, en el Ecuador el Gobierno fija los precios del banano, del maíz, del dinero (las tasas de interés), de los servicios bancarios, de los combustibles, de las pensiones escolares, la luz eléctrica y de varias cosas más. ¿Cuál será el idioma adecuado para decirles que ese no es el camino adecuado?