Hace más de cien años (1920) Hans Kelsen escribió un libro titulado: De la esencia y valor de la democracia, en el que reflexiona sobre las cuestiones relevantes de la representación, el sufragio universal e igual, las mayorías y la existencia de las minorías necesitadas de protección, el parlamento y el parlamentarismo, el principio de las mayorías, la relevancia de los partidos políticos.
El pensamiento de Kelsen se sitúa distante de las viejas monarquías absolutas y los regímenes autocráticos, cuestionados durante los siglos XVIII y XIX, lo que expresaba en su alegato a favor del parlamentarismo y de un parlamento que tambaleaba en sus propias crisis de obstrucción. Para el gran jurista la relevancia del parlamento es inequívoca: «La existencia de la democracia moderna depende de que el parlamento sea un instrumento útil para resolver los problemas sociales de nuestro tiempo». refiriéndose al sistema de gobierno parlamentario que se extendería en Europa.
Desde la representación se configura la formación de la voluntad política y normativa del Estado que convierte a veces, y no siempre, la voluntad de la comunidad. Si bien en sede parlamentaria decide la mayoría, su presencia presupone la existencia de una minoría y su debida protección ante abusos que se cometan. Kelsen analiza los reproches a la baja cualificación de los legisladores.
Pero Kelsen no se imaginaba en lo que podría devenir una asamblea cuando una mayoría decide asuntos públicos sin pensar en la democracia ni en los ciudadanos. Desadaptada y sin valores, dónde sólo caben sucios intereses de caudillos, de corrupción e impunidad. Es lamentable que el pensamiento kelseniano se haya reducido -aún en la academia – a lo peyorativo del positivismo y se ignore el amplio horizonte de sus convicciones democráticas. La mayoría de asambleístas ¿sabrá quién fue Kelsen? Seguro que no. Lo que sí sabemos es que esa mayoría desconoce el valor y la esencia de la democracia.