Ray Bradbury estará aliviado. El autor de ‘Farenheit 451’, la novela que anunció el advenimiento de una sociedad donde los libros serían proscritos y donde sólo un puñado de valientes se atrevería a memorizarlos para impedir que desaparezcan del conocimiento humano, nunca pudo prever que los avances tecnológicos asegurarían la supervivencia de aquellos artefactos, en vez de provocar su destrucción.
A Bradbury le preocupaba que la precariedad del papel -que se quema a una temperatura de 451 grados en la escala de Farenheit- se convirtiera en el Talón de Aquiles de la letra escrita, una debilidad tecnológica que sería aprovechada por los regímenes autocráticos para desaparecer los libros de la faz de la tierra y asegurarse, de esta forma, que jamás seamos capaces de pensar por nosotros mismos.
El escritor norteamericano nunca pudo imaginar que, gracias a Internet y a los nuevos equipos electrónicos, el legado de los escritores iría a ser imperecedero porque las letras y las palabras ya no estarán expuestos a la fragilidad del papel, sino que reposarán confortablemente en millones de servidores y artefactos electrónicos en todo el mundo.
El más notable de ellos, me parece, es el Kindle (algo así como ‘lumbre’, en español). Se trata de un aparato que pesa 8 onzas y es algo más grueso que unas dos tarjetas de crédito juntas. En este artefacto caben alrededor de 3.500 libros que pueden ser leídos y consultados con suma facilidad. ¿Por qué?
El Kindle replica la experiencia de lectura de un libro tradicional: su fondo es idéntico al color del papel y las letras están presentadas con algo que se conoce como ‘e-ink’, una aplicación tecnológica que hace creer a nuestro cerebro que estamos leyendo un texto tradicional y no palabras sobre la pantalla de una computadora.
El lector puede aumentar o disminuir el tamaño de las letras y, cuando no entienda una palabra, sólo debe acercar el cursor para que un diccionario defina automáticamente el significado de ese término. El Kindle lleva un pequeño teclado que permite al usuario hacer anotaciones o subrayar pasajes relevantes del libro que está leyendo. Por si esto fuera poco, este artefacto electrónico lleva incorporado un lector de textos que permite a una persona escuchar su libro, cuando ya no desee leerlo.
Tengo un Kindle desde hace seis meses y, desde entonces, no he cesado de maravillarme con él. Me ha dado acceso prácticamente a cualquier publicación (libro, revista o periódico) que circula en el mundo a costos bastante razonables y hasta bajos en el caso de los textos clásicos.
En tiempos de autarquía y totalitarismo, la mejor vacuna son los libros. No deje de leer y, menos ahora, que la tecnología nos ha acercado aún más a la palabra escrita.