La Universidad de Guayaquil es la tercera más antigua y la más grande del país, y un referente local y nacional. Su trayectoria de las últimas décadas, empero, ha dejado mucho que desear y ahora mismo enfrenta una aguda crisis.
Con la masificación de los ochenta, el descuido del estado y el crecimiento de enfrentamientos internos, la Universidad de Guayaquil se fue viniendo abajo y llegó a situaciones de violencia y deterioro académico escandalosos. En semejante situación, León Roldós Aguilera asumió el reto de ocupar el rectorado y llevó adelante una notable tarea de limpieza y organización.
La obra de Roldós marcó una época y permitió que la universidad funcionara con una administración depurada y estándares académicos que comenzaban a cambiar. Mucho de ese esfuerzo se mantuvo luego, pero la llegada del correísmo al poder fue fatal. Con un discurso de renovación y algunas acciones iniciales correctas, el régimen priorizó el control político, la pérdida de autonomía y la manipulación como ejes de su proyecto universitario. Y la Universidad de Guayaquil fue una de sus principales víctimas.
Había necesidad de reforma, pero el remedio fue peor que la enfermedad. La intervención de la universidad controlada por el correísmo determinó que se la convirtiera en parte de la clientela política. El resultado fue desastroso. Años de intervención y grandes recursos desembocaron en que lo académico no mejoraba, la administración era más incompetente y la corrupción campeaba.
Programas de bajo nivel, una “gratuidad” excluyente, miles de jóvenes que no pudieron ingresar, desmantelamiento y robo de equipos. Se llegó a un extremo: un rector correísta que dizque reorganizaba la institución tenía un título chimbo. Eso jamás se había visto.
La situación interna llegó a tal extremo que la Contraloría debió actuar y el resultado fue que desde la cabeza la administración estaba podrida. En un momento dado, a la vicerrectora le impidieron ejercer y una parte del Consejo Universitario se sacó de la manga un rector. Una vez más la universidad ha debido ser intervenida por las autoridades. Pero en esta vez el resultado debe ser forzosamente distinto, sin intentar siquiera mantener el clientelismo correísta, con la voluntad férrea de superar la crisis.
Roberto Pasley es uno de los más competentes directivos de la educación y un experimentado gestor universitario. Maestro por vocación, ha dedicado la vida a la enseñanza y a la gestión, tanto en el ámbito privado como en el público. Su gestión como ministro y directivo universitario lo atestiguan. Ahora ha aceptado ser interventor de la Universidad de Guayaquil. Con sus condiciones personales y el apoyo ciudadano debe enfrentar un inmenso reto, cuyo resultado no deberá ser otro que salvar al alma mater guayaquileña.
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