¡A nadie dejó satisfecho la reunión de los presidentes de la Unasur, realizada exactamente a la semana de cuando el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, fuera destituido por el Senado de su país!
En efecto: no al propio Lugo, quien luego de siete días de cambiantes posiciones y arrepentimientos, quizás movido por las incitaciones de otros mandatarios más exaltados, debió resignarse al abandono de las delicias presidenciales.
Tampoco a los otros gobernantes –Rafael Correa, entre ellos– quienes pusieron a prueba las posibilidades de que los grupos regionales –Unasur y Mercosur- revirtieron situaciones consumadas y encontraron que no tenían medios de presión suficientes; ni siquiera al nuevo régimen paraguayo, del vicepresidente Federico Franco, que se quedó en el limbo hasta las elecciones generales que han de efectuarse el cercano abril del 2013; lo mismo que a la opinión pública latinoamericana y a los comentaristas de la política general.
Por cierto que los menos afectados fueron justamente estos dos últimos grupos o ‘colectivos’, como ahora suele designárseles. Respecto de la nueva Administración paraguaya, Franco ha sostenido con todo sarcasmo, pero acaso ninguna falta de verdad, que “no se va a afectar de ninguna manera la actividad comercial dentro del país”, y que su ausencia de los frecuentes cónclaves regionales más bien le permitirá ahorrar “la plata” que ha solido gastarse en “cocteles y banquetes”.
A su vez, por lo que toca a los analistas de temas internacionales, solo puede afirmarse que fue extremadamente ilustrativa la entrevista que publicó EL COMERCIO el domingo a Benjamín Fernández Bogado periodista, académico y constitucionalista paraguayo, debido a su descarnado realismo.
Preguntado de manera directa por Carlos Rojas, si Fernando Lugo fue un buen o un mal presidente –¡nótese que este es el meollo del drama paraguayo y de los otros países de la región! – respondió: “Si lo proyectamos en función de las expectativas que se crearon en torno a él, fue un mal presidente”.
Por qué interrogó enseguida el periodista: “Porque llegó al poder sobre la base electoral del Partido Liberal, que le otorgó el 70% de los votos. El 25% vino de afiliados al partido Colorado descontentos y el otro 5% de los 14 partidos pequeños de la Izquierda, que eran a los que Lugo verdaderamente pertenecía”, acotó el periodista, pero cuando se armó el Gabinete el reparto fue inversamente proporcional. “Los que aportaron con ese 5% de los sufragios controlaron casi el 70% de las Carteras. Desde el principio se dieron las grandes incomodidades con el Partido Liberal, que se sentía subrepresentado en el Gobierno”.
El vicepresidente Franco venía de una de esas facciones del liberalismo, que no tenía representación política dentro del Gabinete, como “no fuera su propio cargo. La relación fue ríspida desde el inicio”.