Lo volvió a hacer. Virgilio Saquicela se ofreció como convocante y mediador en un diálogo de alto nivel entre Legislativo y Ejecutivo. Medida efectista sin ruta, metodología ni voluntades de base… Lo dejaron colgado otra vez. Nadie lo toma en serio y no convoca ni a los muertos. El diálogo insípido -al borde del fracaso- develó su desprestigio. Y la caída en picada de la Asamblea; mala gestión para 92 de cada 100 ciudadanos.
El gobierno -que anunció gobernar sin Asamblea- transmitió su mensaje. Asignó el diálogo a una comisión de segunda, sin Ministros, sin poder de decisión ni propuestas. Acto de presencia y desconfianza. Bofetada al jefe y a las bancadas de la AN. Para colmo, Saquicela luego de las incómodas presentaciones, huyó dejando a todos colgados. No sabían si quedarse o retirarse.
Acordar leyes de inversión, laboral, etc.- nunca fue el objetivo vital ni sincero. Tras la puesta en escena Saquicela oculta sus intereses. Sus sueños de grandeza, su talante de salvador. Y la desesperación por reflotar la Asamblea de su lodazal. La AN quedó fuera de los temas trascendentes: diálogo con indígenas, seguridad, consulta nacional, acuerdos internacionales. No le resta sino la guerra sucia y los asaltos al poder.
Lo que más apesta es el doble discurso y el cinismo. Por una parte, declaraciones angelicales por el diálogo y la paz. Por otra, vivezas para desestabilizar instituciones, bloquear iniciativas sin debate, retroceder en seguridad y comunicación.
Para apropiarse de los nervios del poder con intenciones de impunidad. Para salvar el diálogo incoloro se plantearon dos mesas: técnica y política. Como si la política no estuviera dirigiendo todas las decisiones. Como si política y técnica fueran campos puros, independientes y se[1]parables… Diálogo insustancial. Expectativas minúsculas. Ratificación de la necesidad de reforma profunda -vía consulta- de partidos políticos. Para que no sigan entregando al país personajes mediocres que no miran más allá de su medio metro.