La vida contemporánea nos ha puesto al frente de la era digital, relojes, equipos de música, televisión, teléfonos celulares y por supuesto la computadora, son todas herramientas muy necesarias, tanto que a veces no se entiende la vida sin estos instrumentos.
Ciertamente nos facilitan la vida, nos ahorran tiempo, nos conceden precisión, información actualizada, etc., es indiscutible la nitidez de la televisión digital, que aparte de proporcionar información en el preciso momento en el que se desarrollan los hechos, como la hazaña de Carapaz, permite captar detalles otrora imperceptibles, y si alguien no logró ver en vivo puede repetir el hecho mediante un video de youtube o por medio del whatsApp?, punto aparte constituye el internet, herramienta casi imprescindible en la vida cotidiana, un solo un click nos proporciona información valiosa y rápida, inimaginable 30 años atrás, cuando una consulta era todo una odisea, pues se debía ir a la biblioteca, sujetarse al horario establecido, bregar por los estantes y ficheros hasta encontrar el libro recomendado por el profesor o sugerido por el bibliotecario/a, o el amigo. Cuando con suerte se encontraba el título buscado, el ejemplar estaba prestado y había que esperar horas o hasta días; este martirio hoy ya no cabe, porque o descargamos el libro, video, revista y en el peor de los casos lo compramos virtualmente sin importar la hora y listo.
Sin dudar “la comodidad” de hoy nos vuelve supermanes y el internet, un oráculo disponible 24 horas al día, en la casa, en el auto y hasta en la calle con el celular. Para suerte del Ecuador el porcentaje de acceso y conectividad va creciendo; sin embargo, irreemplazables son las bibliotecas físicas, irrefutable el respeto que infunden, colecciones y enciclopedias lucen señoriales, así como diccionarios y más documentos centenarios, espacios que invitan al análisis, a la meditación, permiten al usuario sentirse culto e importante.
Pero sin descartar las bondades, la maravilla digital tiene también su contraparte, cuando ha desplazado no solo el olor de antaño generado por las hojas de los libros, también la televisión sin control remoto que nos juntaba a todos en la sala y la originalidad de los relojes mecánicos que esperaban cada noche vivir 24 horas más mediante la cuerda que le proporcionaba su dueño, entre otros.
Pero lo más grave de todo, es su vulnerabilidad, ya que de la misma manera que se obtiene la información se la puede perder, los virus informáticos, poderosos programas maliciosos que infectan y dañan los archivos digitales es algo catastrófico. Con un solo click perdí información de por lo menos 10 años, sin la posibilidad de recuperarla; entonces vuelve la nostalgia de las hojas de papel, que aún añejas son fieles a sus dueños por años de años y aún amarillentas perduran en el tiempo.