Ha causado conmoción en el mundo literario el libro “Por qué fracasan los países: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza” de Daron Acemoglu y James A. Robinson, donde ponen muchos ejemplos de porque países sin recursos ni buen clima, alcanzan la prosperidad y otros con muchos recursos y excelente clima -como Ecuador- no logran salir de la pobreza.
En resumen, los autores, muy cuestionados por los economistas, dice que el progreso no se debe a la geografía o a la cultura, sino a las instituciones de cada país y las políticas creadas por ellas. Sin las políticas correctas no habrá desarrollo, independientemente de todos los recursos o dinero que pueda tener acceso un país.
Cuando las instituciones son extractivas, como es el caso de Ecuador, donde cada entidad está diseñada para quitarle dinero y libertad a cada ciudadano, estas solo sirven para concentrar poder y riqueza para unas élites, limitando la participación económica y las oportunidades a las mayorías, es decir el papel que actualmente tienen los municipios, prefecturas y ministerios: restringir, extraer recursos, desviarlos a programas sociales que perpetúan la pobreza y socavan la confianza en estas instituciones.
Otro elemento en el que se encuadra el fracaso de nuestro país, es el depender de recursos naturales como el petróleo, una materia prima inestable que no permite la diversificación de una economía primaria que afecta severamente a las comunidades locales, al medio ambiente, degrada los recursos naturales y conlleva conflictos sociales enervados por la desigualdad, por la falta de servicios de salud y por una educación que a pesar de ser gratuita, no desarrolla las habilidades que necesita el mercado laboral.
Otro factor que mencionan los autores es la inestabilidad política, los frecuentes cambios de gobierno, la falta de transparencia y la corrupción, que se ha tornado endémica en todos los partidos: “robarán bien”.
La posible solución, son las indispensables reformas, pero si estas se dieran y se convocara una nueva constituyente, se convertiría en una lucha ideológica y no en la exploración de una salida económica donde todos los actores busquen soluciones y no la supremacía sobre los demás, que es lo que hoy vivimos.
Las recomendaciones de rigor para salir del fracaso son la diversificación, la agricultura sostenible, el turismo, las tecnologías de la información, mejorar la calidad de la educación y alinearla con las necesidades del mercado laboral para que se dé la tan necesitada inclusión social.