Hace 10 000 años caminábamos por el bosque, veíamos un movimiento entre las hojas, intuíamos un peligro y corríamos; si tras nuestro venía un tigre, la mente inhabilitaba la parte racional para no distraernos y ganar al depredador. Hasta hoy, nuestras mentes son máquinas de sobrevivencia.
En países con leyes estrictas y pena de muerte, todos respetan la autoridad y obedecen la ley, para no perder sus vidas. Donde impera el caos, progresan líderes violentos con muchos seguidores, incluidas personas inteligentes consientes del daño que puede provocar su líder, por lo que es más seguro estar junto a él que en su contra: priorizan la sobrevivencia a la razón.
Si caminábamos por el bosque y asumíamos una presa entre las hojas: asaltábamos sin pensarlo. Los políticos de hoy, si un rival muestra debilidad, atacan y al aislar la parte racional, no les importa la opinión ni el daño al país, ni siquiera el futuro de sus familias a sobrevivir en un medio más salvaje del que recibieron. El Ecuador turístico pierde en un país donde la única ley vigente, es la del más fuerte.
Nos adaptamos a la violencia de la delincuencia, de los políticos e incluso de analistas que reclaman honradez y paz con lenguaje patán, vulgar y violento, que estimula a desacatar las normas básicas de convivencia social. Todos los días se destila terror disfrazado de noticias y análisis, a la par del accionar fanático de grupos defensores de diferentes causas, que arremeten en manada contra quienes no comparte su lucha.
Cada violación al lenguaje de analistas y veedores, pone en duda su supuesto propósito de ayudar al país, tanto como del político que amenaza con destrucción y venganza para salvar al pueblo. Esta violencia anima a muchos a seguir su ejemplo a través de matar, robar y delinquir.
El Ecuador turístico, la isla de paz, volverá a serlo si cambiamos no de leyes, sino el actual modelo de democracia, en el cual progresan los violentos, sean políticos, autoridades, mafiosos o analistas.