Lula está contento, Chávez preocupado y Obama triste. Los tres reflejan el ambiente previo a las elecciones próximas en Brasil, Venezuela y los Estados Unidos. El brasileño está cerrando con un 75 % de aceptación su jornada presidencial de ocho años y seguro de entregar el mando a su favorita Dilma Rouseff, la ‘dama de hierro’. El coronel venezolano sigue encontrando resistencia en una oposición que sueña en jugarle, por segunda vez, una mala pasada en las urnas. El primer presidente negro de los Estados Unidos –feliz triunfador de una elección histórica- siente el peso de las encuestas que pronostican la derrota de sus demócratas en la cita de noviembre que cambiará a todos los representantes, un tercio de los senadores y 34 gobernadores.
Todo le ha salido bien a Lula en su última etapa, gracias, entre otras cosas, a que su gigante país está creciendo al ritmo del 8 por ciento y es una potencia mundial respetable. Su candidata comenzó muy abajo en la campaña, pero a estas alturas, muy cerca de las elecciones, Dilma ya acaricia el triunfo. Hay, pues, cada día más certeza de que una mujer –que hace 40 años era una guerrillera antimilitarista- asuma el mando en medio de expectativa por sus posiciones en el inquieto tablero latinoamericano y teniendo a Lula siempre como su apoyo y su gran asesor.
El también inquieto y exuberante coronel Chávez lleva ya once años y medio en la presidencia de una Venezuela súper petrolera y no se anda con ambages. Quiere indefinidamente el poder y para eso es importante el resultado de las elecciones del próximo mes. La oposición, pese a que todavía no encuentra un líder, está buscando una difícil victoria –que no fue imposible en el 2007, pero si única- y ha dado varios pasos interesantes en pro de mostrar unidad y organización. Chávez se mantiene en campaña permanente, da golpes de efecto, tiene los recursos del Estado, cuenta con dólares –menos que antes, pero bastantes-, se acerca más a los Castro, proclama que va a barrer. Pero con el paso de los años su popularidad ha bajado, recibe más de un golpe y teme un contraste, que sería una tragedia para él y una fiesta para sus enemigos.
Obama está pasando al nivel de susto. Las encuestas en contra llegan al 10 y 12%. Sus adversarios susurran que le quedó grande el puesto y otros no le perdonan su color o sus dudas, como en el caso de la guerra de Afganistán. Un porcentaje le cree musulmán. La economía y especialmente la demanda de empleo volvieron al primer puesto de las preocupaciones del ciudadano estadounidense. Varios de sus mayores problemas se los debe a su antecesor –como la guerra del Iraq- pero esa disculpa le sirvió un año. El derrame de petróleo le hizo bajar más. En suma, hay quienes sospechan que, si continúa a este ritmo, él no tendrá un segundo período, mientras la señora Clinton sigue luciéndose a más del 70%.