Algún algoritmo (esa nueva e inescrutable divinidad) envía a mi Facebook, desde hace meses, los programas de opinión de diversos comentaristas de Lima, más agresivos y parcializados que los de acá, que me tienen enchufado a la montaña rusa de Pedro Castillo, sus amigos radicales con rabo de paja y los perdedores de la derecha, incluido Vargas Llosa, que buscan echarlo del poder desde el instante mismo en que ganó las elecciones. Tal como sucede acá.
Y como si estuvieran coordinados, en esta misma semana, correístas y fujimoristas quisieron manipular a los respectivos congresos para destituir a los presidentes con pretextos tan traídos de los cabellos, como una inexistente conmoción nacional en Ecuador y la supuesta incapacidad moral de Castillo, causal que nos recuerda a la acusación de incapacidad mental que sirvió para destituir a Abdalá Bucaram en 1997. Otra coincidencia es que Keiko se halla encausada por los sobornos de Odebrecht y ansía el poder para lograr la impunidad. Tal como sucede acá.
De yapa, los mariateguistas de la izquierda radical se inspiran en José Carlos Mariátegui pues encuentran que sus análisis marxistas del Perú de hace un siglo se aplican muy bien acá, como si el peso de los Andes y el indigenado bastaran para proyectar un destino milenarista común en plena década de consolidación de las redes sociales, los algoritmos y la inteligencia artificial.
Pero ¡ojo!: aunque trasnochadas, las tesis del indigenismo radical y las del socialismo del siglo XXI, así como los triunfos de candidatos rurales como Pedro Castillo expresan el problema más grave de América Latina: la desigualdad, la ruptura campo-ciudad y una concentración obscena de la economía pues el 10% de la población tiene el 77% de la riqueza.
Ante una situación cada vez mas intolerable e inmanejable, salta a la vista la torpeza de las élites, en las que está calando un anticomunismo cada vez más obtuso e igualmente trasnochado, que lleva al extremo las tensiones en lugar de redistribuir el ingreso e impulsar políticas sociales.
Incluso en Chile, masivas movilizaciones cuestionaron su tan alabado modelo de crecimiento que camufla las desigualdades y agudiza otro factor desequilibrante pues a medida que los pobres pasan a la clase media no disminuyen sino que aumentan sus demandas. Si en el mundo campesino el agua potable, la electricidad o el pavimento son aspiraciones básicas, en la ciudad se exige empleo, vivienda, educación universitaria gratuita, seguridad social, automóvil y cosas por el estilo.
Esta misma turbulenta semana, mientras Keiko y los correístas proseguían con sus intentos de derrocar presidentes, en Alemania asumía el mando un canciller socialdemócrata con el respaldo de verdes y liberales y Ángela Merkel se iba a su casa con el aplauso de todo el país. ¡Qué envidia!