Desde hace 53 años, por iniciativa de Últimas Noticias, cuyo Jefe de Información era entonces don César Larrea, Quito celebra el 6 de diciembre, con civismo y alborozo, el aniversario de la fundación o instalación española por Sebastián de Benalcázar. Es oportunidad propicia para también exaltar nuestro “mestizaje de mestizajes”étnico y cultural.
En su obra Historia de las Indias Occidentales, Antonio de Herrera manifiesta que el propio nombre de Quito fue Tito y que los conquistadores lo transformaron en Quito. También se la llamó Quitu y Quitoc.
Han surgido diversas versiones sobre la fecha, lugar de la fundación de la ciudad que tres siglos más tarde sería capital de lo que es hoy República del Ecuador. Ricardo Descalzi enfatiza que el consenso de los historiadores es que, tras una serie de vicisitudes, el 6 de diciembre de 1534 se instaló la Villa de San Francisco de Quito en el sitio previsto, según dictamina el acta de su fundación de agosto de ese año.
Entre las curiosidades relativas a la época, Descalzi anota que en los años de instalación de la Villa, ésta se hallaba circundada de lagunas: las dos grandes planicies que la limitaban al norte y al sur eran lechos de antiguos y extensos depósitos de agua; la llanura del Ejido al norte hasta Cotocollao y la de Turubamba al sur hasta Chillogallo, que se alimentaban de los glaciares que descendían del Pichincha.
Luciano Andrade Marín señala en su libro ‘Quito a través de los siglos’, que la construcción de las primeras casas tuvo lugar en el área limitada actualmente por las calles Olmedo al norte , Mejía al sur, Cuenca al oeste y Benalcázar al oriente.
El padre mercedario Bernardo Vargas dice que con el ejército de Benalcázar llegó a Quito el capellán fray Martín de Victoria, quien construyó en 1535 una choza para que sirviese de templo y colegio, en el que se enseñaba primeras letras, religión, gramática castellana y quichua a los hijos de los españoles y de los caciques. González Suárez dice que la primera capilla que se erigió en Quito fue la del Humilladero, hoy llamada El Belén, al extremo norte del parque de La Alameda.
Descalzi anota que con Pedro de Alvarado llegaron numerosos indios de Guatemala y Nicaragua, muchos de los cuales murieron en las andanzas por la manigua de la Costa y los intensos fríos en el cruce de la codillera y que “parece que tenían hábitos antropófagos, pues, a hurtadillas, acosados por el hambre, devoraban los cadáveres de quienes sucumbían en las jornadas”. La contribución de los indígenas centroamericanos fue muy valiosa para el desarrollo del Reino de Quito y, en especial, de su capital, “regada entre colinas, llanuras y abismos, arrebujada en el sabor colonial y hoy proyectada en el panorama con las calidades de urbe moderna”.