En un reciente artículo aparecido en el diario El País de España, se señala que con el regreso de la señora Bachelet a la política activa en Chile y su posible elección, así como con los resultados de los últimos comicios en Ecuador, en Latinoamérica se configura un escenario en donde predominan los gobiernos de izquierda. La excepción sería Colombia y otros Estados centroamericanos. Si ese análisis sería acertado, inmediatamente se tendría que entrar a dilucidar cuán de izquierda son los gobiernos que rigen en el continente y cuántos de ellos aún apegan al catecismo marxista que hizo implosión en la Europa del este. Habría que empezar por el norte. México, con el retorno del PRI al poder, volvería a la línea nacionalista que caracterizó a los gobiernos de esa tendencia, pero por los primeros pasos que ha dado el nuevo Gobierno parecería que se toma distancia de aquellos postulados que han sido un mito en ese país. Se ha anunciado una reforma legal que permitiría la inversión privada en el sector de los hidrocarburos que, desde la nacionalización allá por los años treinta decretada por el gobierno de Lázaro Cárdenas, ha estado bajo el monopolio de la estatal Pemex.
No hay signos en los pronunciamientos del nuevo Gobierno que respalden posiciones de países que han dirigido sus críticas al mundo desarrollado, más bien, según los discursos, se estarían dando pasos que permitan que el país azteca se incorpore en el menor tiempo posible a ese grupo de Estados con altos niveles de bienestar.
Brasil, la gran potencia sudamericana, cuyos últimos gobiernos recogen el legado positivo dejado por Fernando Enrique Cardoso, no parece dar señales de desmontar el modelo que hasta ahora les ha resultado efectivo. El Partido de los Trabajadores ha continuado, en lo principal, las mismas políticas del Gobierno socialdemócrata y les ha ido bien en su apuesta. Tienen recursos para realizar tareas asistencialistas que les permite gozar de gran popularidad y, por su importancia, atrae capitales que han fortalecido su economía. La revalorización del real, aunque ha perdido terreno en los últimos años, ha permitido mejorar la capacidad de compra de los brasileños y eso explica en parte el buen momento político de sus gobernantes.
Colombia es un caso diferente y en el horizonte no se atisba posibilidad de cambio alguno en la forma de conducir la economía. Ollanta Humala, que tantas suspicacias despertó en los sectores productivos peruanos, no ha cambiado una coma de lo que hacían sus predecesores. Si el partido socialista retorna al poder en Chile tampoco se esperan grandes modificaciones, lo más probable es que impriman las características que rigieron la gestión de Lagos y Bachelet. En suma, podrán tener discursos y membretes de izquierda, pero en nada se parecen a las teorías que sojuzgaron por décadas a países que se denominaban socialistas. Quedan los de la Alba y Cuba, en realidad muy poco como para pensar que la izquierda más allá de la retórica, haya renacido en estas tierras.