Arden incontrolables las selvas del Brasil, Bolivia y Paraguay, las del Perú están amenazadas y toda la amazonía, incluida la ecuatoriana, yacen expuestas a ser pasto de las llamas. La fuente del 20% del oxígeno que utiliza nuestro planeta para vivir proviene de esos riquísimos bosques.
Dos grandes problemas empiezan a llamar la atención de la conciencia universal y se convertirán en la preocupación prioritaria del presente siglo: el medio ambiente y las migraciones.
Los primeros pasos orientados a la adopción de tímidas medidas sobre el primer asunto se han dado bajo la inspiración de la ONU: Cumbres de la Tierra, Protocolos sobre Medio Ambiente y Desarrollo, Cambios Climáticos, Diversidad Biológica y Bosques, pero ninguna ha fructificado porque los mayores contaminantes han subordinado el futuro de la humanidad a los intereses de su economía y su industria. Hace dos años, el presidente Trump rechazó los compromisos adquiridos según el Acuerdo de París. Su proclama nacionalista “America first” parecería prevalecer sobre los gritos agónicos de la tierra.
La tragedia de la Amazonía expone otra realidad. La globalización y el adelanto tecnológico han servido para presentar a nuestro planeta en su eterna e invariable unidad. Lo que ocurre en un rincón remoto del sur puede cambiar la historia del norte. Si bien la institución de los estados soberanos seguirá vigente por algún tiempo, tomará cada vez mayor fuerza la realidad de su interdependencia. Cada estado, en distintas medidas, depende de los demás, lo que le obliga a dar un nuevo fundamento a sus políticas. Hay un deber universal que no puede ser condicionado, que obliga a todos a abstenerse de actuar en perjuicio del futuro común de la vida y a contribuir a la conservación viable del planeta. La interdependencia deberá suscitar el reconocimiento y la práctica de la solidaridad que es su corolario ético.
Los incendios en la región amazónica o en cualquiera otra parte, o cualquier otro tipo de calamidad, no son un problema solamente para los países directamente afectados, ya que cada ser humano tiene el derecho de usar y usa el oxígeno que la tierra produce. Cada estado debe cuidar su porción de espacio en el planeta y todos deben contribuir para facilitarle esa tarea. La ayuda que se le ofrezca solidariamente no debe, sin embargo, afectar su dignidad o pretender “internacionalizar” la amazonía.
La soberanía debe renovar su esencia y contenido. Ya se actualizó en materia de derechos humanos al consagrar la doctrina Roldós con el nombre de “responsabilidad de proteger”. Los bosques que oxigenan los pulmones de la vida en todas sus formas y en todas partes del mundo ¿no deberán ser también cuidados en aplicación del mismo saludable principio?
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