La paranoia se acrecienta. El mundo vive a saltos entre las amenazas terroristas y la pérdida de libertades.
Es el dilema de los tiempos. Los terroristas cumplen su fin y tienen a todos con los pelos de punta. Los sádicos aumentan el dolor al disparar miles y miles de imágenes de actos violentos del pasado como si hubiesen sucedido en este mismo instante. Es la esquizofrenia colectiva de las redes sociales agresivas, irresponsables, guerreros digitales que solo buscan perturbar. Más sabemos, más información tenemos, más confusión. La discriminación entre lo esencial y lo banal pierde sus límites.
Un consuelo, cuando una imagen brutal se dispara la gente vuelve a los medios tradicionales – en su versión web – para comprobar la noticia, los medios mantienen su principal tesoro: la credibilidad, mal que le pese al poder.
Edward Snowden, se presentó en una vídeo conferencia la semana pasada, auspiciada por Televisa y el Gobierno Autónomo de la Ciudad de México. El diario el economista tituló: ‘Nunca confíes en el poder’. Dijo el analista: ‘estamos siendo vigilados ahora’. Eso es verdad.
El caso que lo tiene viviendo en Rusia fue singular. Snowden, ex agente de la CIA y del Servicio Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, detectó que cada uno de los movimientos de los ciudadanos era vigilado: llamadas telefónicas, mensajes de texto o voz, e mails, transferencias bancarias, por eso llegó a la conclusión de que vivimos en un estado de vigilancia.
Luego Snowden marchó a Hong Kong, recibió un oscuro salvoconducto del consulado del Ecuador en Londres, donde vive alojado cómodamente y a un alto costo para nuestro erario nacional el pirata informático Julian Assange, quien se convirtió en solidario compañero de Snowden. Él veía causas justas.
La seguridad del Estado y la libertad individual parecen caminar en veredas opuestas de una misma calle.
Lo cierto es que el espionaje electrónico existe a tal punto que las denuncias de la influencia del presidente ruso Vladimir Putin en la campaña presidencial para interferir los movimientos informáticos de Hillary Clinton todavía se discuten. Se duda si Assange está de por medio.
Cuando un atentado de ‘bajo costo’ como el de Barcelona cobra el alto número de vidas humanas todas las alarmas se disparan de nuevo. El terror gana una batalla mientras los fanáticos en sus tierras de origen afrontan una derrota militar.
Recrudece la xenofobia y las malas miradas a los musulmanes por doquier, especialmente en Europa, el blanco elegido por los criminales que en su mente afiebrada considera una guerra santa.
Y vuelve la paranoia, las cámaras de vigilancia por todas partes detectan movimientos sospechosos. Como sucedió con los atentados en Londres y Madrid luego de las Torres Gemelas las paranoias se disparan, la libertad paga el alto precio de una vigilancia eficaz. Es el tiempo que vivimos.