De Ibarra no queda rastro. En agosto de 1868 no quedaba piedra sobre piedra; la mayoría -tras el fatídico terremoto que cobró la vida de entre 15 mil y 20 mil personas- pensó que se trataba de un castigo divino. Atuntaqui, Otavalo, Cotacachi, entre otras, sufrieron destrozos considerables. Antes Riobamba y después Ambato, también habían terminado en escombros por la misma razón. Recobrar Ibarra costó 5 años; los que quedaron tuvieron que trasladarse al pueblo de La Esperanza. Hasta 1929 la ciudad seguía reconstruyéndose, haciéndose moderna, de calles anchas y equipamiento sanitario de primera. Detrás, nada más ni nada menos que quien luego habría de ser presidente: Gabriel García Moreno.
Tras algunas visitas a esta bella y acogedora ciudad, parecería ser que la misma vive un nuevo momento de reconstrucción. Muchas de sus múltiples iglesias modernas han sido restauradas o remozadas; la Catedral, por ejemplo, es un verdadero museo, al igual que la de Caranqui que atrae a miles de peregrinos que buscan consuelo en el Cristo del Amor.
De corte más profano, hay un público local y nacional para fiestas tan peculiares como la octubrina cacería del zorro a caballo o las carreras de carros en Yaguarcocha. La gastronomía es maravillosa: entre las empanadas de morocho, las carnes coloradas o los dulces de tocte y los arropes de mora, uvilla o tamarindo.
El otrora Cuartel en La Merced ha abierto las puertas de una exposición permanente de su más grande pintor: Rafael Troya. Por nuestros ojos se pasean enormes cuadros de la ciudad en 1906, una alegoría de su fundación, paisajes del Pastaza o de la serranía ecuatoriana. Se restaura el Colegio Teodoro Gómez de la Torre, uno de los bastiones de la educación liberal que ocupa casi una cuadra. Nuevos hoteles acogedores en casas centenarias abren sus puertas, otras residencias como la Casa de la Ibarreñidad en pleno Parque Pedro Moncayo, nos permite imaginar la vida de las familias de elite. La Casa de la Cultura nos invita a recorrer los caminos del arte ibarreño contemporáneo. Los mercados locales son encantadores, estupendas manufacturas, productos de primera calidad.
Así y todo la ciudad es poco visitada, el turismo escaso. Desde Quito, los buses de visitantes extranjeros llegan hasta el mercado indígena de Otavalo plagado de software y chucherías chinas. Y de allí vuelven… Y es que Ibarra no se promociona en su presente, en todo aquello que ofrece ahora tras la pandemia. Ibarra no se vende como debiera, ni dentro ni fuera de su propias fronteras. Hace falta un buen programa educativo y de promoción que se construya desde la academia con el apoyo del municipio y que se destine a públicos diversos; una guía patrimonial y gastronómica; que se active su vida cultural más allá del folklore barato y que se reconozca en su rica y dinámica historia.