Teoría (mínima) del retrato

iguzman@elcomercio.org

Hacer un retrato fotográfico, un verdadero retrato, no es cosa sencilla ni para el retratista ni para el retratado. Un retrato es un estado del alma que ha sido captado y que, de alguna manera, intenta resumirnos. Un retrato no es nuestra imagen congelada, sonriente y vacía (o sea eso con lo que llenamos nuestros muros de Facebook). Un retrato, según acabo de entender y vivir en carne propia, es lo que intentaré explicar en estas pocas líneas, a manera de despedida amable –y evasiva– de un año que ha sido poco amable.

Aunque en épocas de ‘selfies’ y teléfonos con cámaras fotográficas, muchas fotos insulsas quieran usurpar esa categoría, una vez que uno pasa por la experiencia de un verdadero retrato, jamás vuelve a caer en esa ligereza de apreciación. Ni el tiempo ni la imagen se doblegan a nuestra voluntad y ahí es cuando todo cambia. Los botones que borran frentes brillosas o papadas indiscretas no aplican.

Esta ‘teoría’ se nutre además de una situación extrema y maravillosa: retrato hecho con cámara de manga; esas que desaparecieron a inicios del siglo XX de parques y estudios fotográficos. Gracias a la curiosidad, el ingenio y el arte de un amigo fotógrafo, hace poco fui retratada de esta manera tan ajena como reveladora.

Primera condición inevitable para un retrato de verdad: La quietud. Intenten quedarse inmóviles, viéndose guapos en lugar de angustiados o enmuecados, durante 30 segundos. Ese es el tiempo que le toma a la cámara oscura dibujarnos. Vanidad: 0 – Retrato: 1. La primera foto me sacó lagrimones por la falta de parpadeo y, sobre todo, me hizo notar lo incómoda que me sentía frente al fotógrafo sin decir palabra; expuesta, sin los aparejos del movimiento y la cháchara, tan emparentados con las fotos a las que estamos acostumbrados.

Pero no es solo la quietud física; es la quietud de la mente. Acostumbrados como estamos a ser ‘multitask’ (a leer, escuchar y hablar al mismo tiempo, mientras caminamos o manejamos), tener 30 segundos para pensar cómo nos vemos es inquietante. ¿Quién soy? ¿Cómo soy? ¿Qué es lo que más me preocupa de estas preguntas? Es que 30 segundos dan para mucho.

Segunda condición inevitable para un retrato de verdad: Aceptar la mirada del otro. Una vez que entré en confianza y pude lidiar mejor con mis propias preguntas, incomodidades y fantasmas, volví a sonreír ‘naturalmente’. Entonces mi amigo me dijo: “No tan sonreída, quiero ver a la Ivonne-Ivonne”. ¡¿Cómo?! ¿O sea que así, amigable y suavita como se me ve cuando sonrío, no es la Ivonne-Ivonne? Mi amigo me conoce hace 20 años y sabe que no (y si me leen con frecuencia también lo intuirán; no soy precisamente Señorita Simpatía).

Tercera, y última, condición: Encariñarse, ¿por qué no?, con la imagen que sea que la cámara haya dibujado, gracias a lo que el fotógrafo logró captar/sacar de uno. Después de todo, no es tan malo no ser Señorita Simpatía. ¡Salud, y que el 2015 nos encuentre bailando!

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