En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño… Dicho lleno de nostalgia que trae, solo en apariencia, un término arcaico. En realidad, palabras tan nuestras, de apenas usarlas, nos parecen avejentadas, ajenas; tanto, que vamos acabando con la aptitud de expresar con cierta originalidad la nostalgia, la melancolía del pasado y la del presente, la saudade del porvenir…
Reducidos a decir banalidades con fórmulas transitorias, con anglicismos socorridos y tecnicismos que parecen contenerlo todo, no percibimos los límites de nuestra comunicación. Pero volvamos: ¿qué se hicieron en el pensamiento de hoy, los grandes pensadores de antaño? De Thales de Mileto a Aristóteles y su epígono, Santo Tomás, simplificados ad hoc, los dos, para dar razón de la fe que no necesita razones; y Kant y Hegel y Marx ¡el gran desconocido!, requeteusado y vilipendiado por politiqueros de todo color. ¿Qué se hicieron esos innumerables pensadores que, pasando por otros pensadores inmensos, alimentaron, mal que bien, nuestra juventud, nos inquietaron, excitaron nuestras dudas, acrecentaron nuestra ansia de trascender y nos dejaron un inagotable respeto por las ideas y un deseo vehemente de transformarlo todo? ¿Qué se hicieron los auténticos buscadores de la esencia del ser, a cuyo estudio se dedicaba la ontología, parte singular de la metafísica, reducida hoy a turbadoras superficialidades?…Entre grupos pequeños de ciudades grandes o grupos grandes de ciudades pequeñas, abundan pseudofilósofos que se llaman a sí mismos ¡con atrevimiento imputable a su ignorancia!, metafísicos. Patéticamente triviales, se pretenden sabios, entendidos y enterados. Chamanes, nigromantes, agoreros y pronosticadores, en su infinita ambición, abusan, mienten, embaucan, ofrecen religiones y maneras de actuar; culinarias y recetas; ejercicios, disciplinas, modos de vivir que anclan en la ingenuidad de algunos devotos y engañan a conspicuos y seguros ejecutivos –a quienes, preferentemente, buscan- con sucedáneos de pensamiento para impresionar a los cándidos, que creen haber hallado ¡por fin!, recetas para una vida a fondo. Los generosos ‘creyentes’ dan casa y comida, todo, y más, a cambio de esa palabra, y los ‘metafísicos’ nutren su ignorancia y satisfacen su nostalgia de saber con fórmulas que les convencen de una fe singular de la que los mismos sabihondos descreen riéndose, en su interior, de tantos ingenuos!
El fenómeno no es simple. Se explica la adhesión de gente buena a esos vivísimos, por falta de cultura, de lecturas vigorosas, de recuerdos hondos; por la educación superficial que recibieron. Sufren de un sano vacío existencial ante lo deleznable de la publicidad que remplaza en nuestras vidas el papel de lecturas sustanciales; asisten a falaces interpretaciones de la mismísima Biblia masticada y rumiada utilitariamente hasta más no poder. Y en su nostalgia de lo esencial, creen cándidamente en recetas tipo autoayuda que suplen todo pensamiento profundo. Mas la hondura perdida, nadie, sino ellos mismos, podrá devolverles jamás.