“Vives todavía en mí/ ardes en la memoria/ como las viejas tonadas de la tribu en los labios de los adolescentes/ ¡hijo mío!/ somos los ecos de un tañido inextinguible”.
El hijo del poeta pendía de la cadena de un antiguo escusado. Efraín Jara Idrovo (Cuenca 1926-2018) escribió su Sollozo por Pedro Jara, uno de los poemas más conmovedores de la lírica ecuatoriana e hispanoamericana, memorable elegía a su hijo.
“y desaparezco para reaparecer en el mar”
La vida sin la muerte no admite definiciones. Pero quienes la han explorado lo han hecho desde el panorama de la vida, ignorando el sentido de la vida desde el otro lado. Estamos uncidos a lo invisible, mucho más que a lo que vemos. Vemos lo fugaz, lo invisible se deshace en la eternidad.
¿Infelicidad profunda o trastorno mental? La tercera causa de decesos en el mundo es el suicidio. La ciencia aísla en sus ámbitos rigurosos al suicido, pero quizás este va más allá. Hay quienes viven hartos del sufrimiento y del tiempo. Ancianidad, padecimientos, enfermedades, miseria… Son los mortales carentes de esa fracción de practicidad sin la cual es imposible bregar en el oficio de vivir.
Suicidio y vida deambulan por el mundo con mayor frecuencia de la que creemos. Mujeres y hombres de 15 a 29 años son proclives a privarse de la vida y la mayoría ocurre en los países primermundistas. Los suicidios de personajes públicos son los que más atención convocan, los demás se los lleva el silencio.
Hay suicidios para huir, vengar, penar; suicidios egoístas, sociales, altruistas, fatalistas, heroicos… Un suicidio heroico fue, quizás, el de Yukio Mishima. Diversas versiones se dieron sobre su causa. Pero todo hace suponer que fue por defender la grandeza del imperio japonés, caído en la II Guerra Mundial. Ritual milenario: hundió en su vientre una espada (seppuko, harakiri en nuestro medio). Un amigo suyo lo decapitó de inmediato.
“¡No pertenecer ni a mí!/ Ir al frente, ir siguiendo./ La ausencia de tener un fin,/ Y el ansia de conseguirlo”, nos dice Fernando Pessoa. La muerte por nuestra propia mano, sin ser seducido por el suicidio pero sin zafarse de él.
Dorothy Parker (Nueva York, 1893-1967). Sofisticada y cáustica, extravagante y amoral, cuentista, poeta, crítica, humorista… “Se obstinó en vivir a pesar de que no le gustaba vivir”, dijo de ella Lillian Hellman, su mejor amiga. Alcohólica y depresiva, su vida fue la de una libélula a punto de quemarse en la primera llama que encontrara.
Símbolo de la mujer liberada de los 20 y 30 del siglo XX, Parker coqueteó con todo, tuvo siete intentos de suicidio. “Bebe y baila y ríe y miente/ ama toda la tumultuosa noche/ ¡Porque mañana habremos de morir!/ Aunque ¡ay!, luego nunca ocurra”. Murió en el cuarto de un hotel, acompañada de un gato y docenas de botellas de whisky vacías. Dejó listo su epitafio: “Perdón por el polvo”. Ácida mofa de lo que en esencia somos. ¿Es tan extraño que el impulso tanático (‘cesar de ser’, ‘suicidarse’) lidie, sin derrotar, al instinto de supervivencia?
Leyendas innecesarias envuelven vidas de varios artistas. Quizás porque algunos sean más proclives a lo que se ha llamado “sensibilidad extrema”, convivir con ella es su reto único. Algunos sucumben. Alejandra Pizarnik (Argentina, 1936-1972), habitúe de sanatorios, no pudo con esa pulsión de dejar de ser. Aprovechó una salida del siquiátrico para poner fin a su vida. “¿Cómo no me suicido frente a un espejo/ y desaparezco para reaparecer en el mar/ donde un gran barco me esperaría/ con las luces encendidas?”
En nuestros lares Dolores Veintimilla de Galindo, poetas de la Generación decapitada, César Dávila Andrade, David Ledesma Vásquez son ejemplos de acatamiento al arrebato de morir por mano propia.
El suicidio contamina más vertiginosamente que una enfermedad contagiosa microbiana, dice la psiquiatría. Los casos que exhibe la historia son abundantes, pero acaso el suicidio se metamorfoseó en “moda” a fines del siglo XIX y comienzos del XX, con los poetas simbolistas, parnasianos y modernistas, cuya escritura influyó en nuestra América, como también su dandismo y acrimonia, su culto al alcohol, morfina, cloral, opio, veronal; así como al suicidio.
Eugenio Montale escribió: “Oscila la vida/ entre lo sublime y lo inmundo/ con cierta propensión por lo segundo”. Sin embargo, la vida es siempre mejorable (perfectible). El sonsonete de que la vida es un “valle de lágrimas” también puede convertirse en uno de Epicuro: ser un buen vividor. Vivir a sabiendas de que sobrevuela la muerte sobre nosotros pero aplazarla viviendo sobre el suicidio. Doblegar el impulso tanático y bailar conscientes de que en el gran salón bailan juntos vida y muerte.