¡Lo que uno ve en este mundo! ¿Quién lo imaginaría? En este “había una vez” relataré un caso de un reino muy, muy lejano, España. Son realidades ocurridas en otro continente, como si se tratara de otro universo. Un mundo tan distinto que parecería un cuento de hadas, sin paralelismo con el nuestro, del que nada tendríamos que aprender. Y – como se dice en Internet – dejaré esto por aquí y me iré caminando lentamente.
En el 2013 España atravesaba la peor crisis económica desde su retorno a la democracia. Los jóvenes emigraban a otras latitudes (incluso las nuestras). En el gobierno estaba un despótico señor – que trataba a los demás como si fueran bobos –, a quien había recurrido la desesperada gente en su intento de salvar la nave. Entonces unos periodistas de investigación destaparon pormenores fulminantes de un sistema de corrupción del partido gobernante, el caso Bárcenas.
El Partido Popular tenía dos contabilidades. Una contabilidad “A” que era la que se presentaba a las autoridades. Cifras limpias, todo cuadrado, todo legal, sin financistas turbios, sin gastos prohibidos, sin sobresueldos, inocente cual mirada de un bebe. Pero esas cifras pequeñas y austeras no se correspondían con la maquinaria ciclópea económica que manejaba el partido. Pero como se trataba de un organismo con ansias de organización (… y de cada céntimo de dinero) tenía una prolija contabilidad “B”. Esta sí, completita.
El tesorero del partido, Luis Bárcenas, registraba las donaciones que empresarios hacían que sobrepasaban los límites legales de 60 mil euros. La mayoría de veces ese dinero no ingresaba a las cuentas del partido, pero se pagaba directamente a asesores internacionales que acompañaban a los candidatos en las campañas, se transferían desde las cuentas de los “donantes” a las cuentas de las publicistas que hacían los spots de televisión a favor de los candidatos, o pagaban unos salarios sabrosos por debajo de la mesa a los ejecutivos del partido.
¡Oh coincidencia! Luego esas generosidades eran compensadas. Les asignaban contratos públicos a las constructoras que habían pagado el arriendo de tarimas, y los ministerios terminaban en manos de quienes se habían puesto de garantes para que un candidato financie una casita nueva.
Resulta que en España tener un partido político era un negociazo. Por supuesto que Rajoy – líder del partido y jefe de gobierno – lo conocía. Pero se hacía el bobo (locas ironías, justo como él trataba a los demás). Pero el karma finalmente le cogió el paso, el Congreso pasó una moción – con algunas similitudes al juicio político – y terminó su mandato siendo el primer censurado – desde el retorno a la democracia – por corrupción. Locas realidades distantes. Gracias a la Pachamama no hay nada remotamente parecido en estos lares.