Parece que al gobierno se le pasó la oportunidad de revisar los subsidios a los que tiene acostumbrados a todos los sectores de la sociedad, pudientes y no pudientes. Incluso si hubiese alguien que no se beneficie de ningún subsidio, se opondría a la revisión por la razón muy sencilla de que se paga con plata de nadie.
Pues bien, se le pasó la oportunidad porque los subsidios son un tabú político y cuando los gobernantes se ponen a pensar en ellos, inevitablemente les viene a la memoria la historia de Abdalá retrocediendo para no caer cuando el abismo estaba a las espaldas.
Cuando se inicia algún incipiente debate sobre subsidios, los opositores salen al zaguán a afilarse las uñas, la izquierda defiende de memoria todo subsidio y el populismo se disfraza de defensor del pueblo; no queda nadie para defender lo que todos saben que es necesario.
El estilo receloso de tanteo y cautela que tiene el gobierno tampoco ayuda para decisiones de semejante calibre.
Dado que los políticos solo piensan en elecciones, no encuentran nunca aconsejable ni prudente agitar el avispero social.
Solo sería posible la revisión de los subsidios si por circunstancias siderales imprevisibles se alinearan los astros provocando simultáneamente una firme decisión política, una imperiosa necesidad económica, una imposible abulia social, una infrecuente claridad técnica y un indeseable descuido mediático.
Casi se alinearon los astros esta vez, pero no hubo la preparación y la estrategia adecuadas para el anuncio ni la sabiduría para anticipar y remediar las consecuencias.
Dice Umberto Eco en su libro “El vértigo de las listas” que hacemos listas para esquivar la muerte.
La magia de las listas está en que nos aproximan al infinito, acercan cosas que no tienen nada que ver entre sí y constituyen un llamado al orden.
Si los políticos querían escapar del riesgo de muerte al poner fin a los subsidios, debieron hacer al menos tres listas: la lista de las cuentas por pagar que nos dejó el revolucionario, la segunda lista con los regalos del Estado a los pobres, a los ricos, a los indígenas, a los empresarios, a los cineastas, a los exportadores, a los discapacitados, a los choferes, a todos. Una tercera lista con los destinos del dinero que se ahorraría. Esas listas hubieran esquivado el temor a la muerte.
La lista principal debía haber sido la lista de cuentas por pagar, sin omisiones, sin reducciones, sin disimulaciones, con cifras, con fechas, con causantes.
Porque hay que pagar la deuda y sus intereses, la plata que se llevaron de los afiliados y los jubilados, la que se llevaron del Banco Central, la plata de los profesores, los militares y los policías; la que se debe a los proveedores del Estado, las sanciones impuestas por los tribunales internacionales. La lista es tan larga y tan fea que prefieren incrementar la cuarta lista, la lista de los secretos.