El legado de la década verdeflex en materia de empleo es desilusionante. Al cerrar el 2016 las cifras oficiales daban cuenta que sólo el 39,2 % de la población económicamente activa contaba con empleo adecuado. Dicho de otra manera, de diez ecuatorianos en capacidad de trabajar sólo 4 habían sido absorbidos por el sector formal de la economía, los otros 6 o se hallaban desempleados o en el subempleo o formando parte de cualquier otra categoría de la nueva nomenclatura oficial, que en las definiciones anteriores se la conocía como sector informal. Este indicador es una muestra contundente que las políticas aplicadas a lo largo de todos estos años no lograron lo que supuestamente se proponían. Era un ofrecimiento permanente del régimen que se iba a impulsar el empleo, se decía que lo lograrían a través del impulso a la producción local. El resultado muestra todo lo contrario. El Estado, a través de una política de expansión inusitada, desplazó al sector privado de su posición preponderante como inversionista. Esto se pudo hacer mientras los recursos del exterior fluían, sea como producto de la exportación de crudo o por empréstitos obtenidos por las buenas condiciones que vivía el país como resultado de la elevación del precio de su principal producto de exportación. Terminada la bonanza la caja fiscal hace esfuerzos por llegar a fin de mes, lo que impide que impulse nuevas obras y a duras penas intenta acabar las iniciadas; y, por otro lado, ha dejado una estela de deudas que obliga a las empresas acreedoras a recortar gastos.
Además se dictaron una serie de normas que no necesariamente han sido un estímulo para la creación de empleo sino que, por el contrario, hacen que los empresarios sean más cautelosos a la hora de invertir y midan los riesgos a los que se pueden enfrentar. Todo ello ha configurado un escenario poco atractivo para que nuevos capitales se animen a venir, como lo reflejan las cifras de inversión extranjera en los últimos tiempos.
Si no se crea empleo no hay posibilidad de que ninguna mejora social se mantenga en el mediano y largo plazo. Podrá haber medidas asistencialistas, pero esa no es la manera de construir una verdadera cohesión social e incorporar a millones de ecuatorianos a los beneficios que sólo el empleo formal puede otorgar. Por ello, resulta indispensable poner los ojos en esta materia y dar señales claras que la gestión primordial de cualquier autoridad estará dirigida a cambiar esta inercia fatídica, que impide salir de la pobreza a una inmensa cantidad de ecuatorianos.
Esto se logrará sólo con grandes acuerdos que desplacen los resquemores mutuos, permitiendo a las partes saber de antemano y en forma clara a lo que se enfrentan. No se logrará nada si es que desde el gobierno no existe una política definida que invite a participar a los actores sociales, para que se construyan consensos mínimos que prevalezcan en el tiempo y sea el garante de que aquellos se cumplan. ¿Diez años no has sido suficientes para aprender?