En Quito se multiplican las protestas por temas relacionados a la movilidad y a la construcción de obras públicas. Los afectados y los favorecidos han decidido que la mejor opción para hacer escuchar su voz es salir a las calles y plazas. Este es el camino para amplificar una posición, es la forma preferida para visibilizarla, darle trascendencia pública e instalarla en esa suerte de vitrina social que representa tomarse el espacio público.
Al final no importa el número de movilizados, sean pocos o muchos, y sus razones, es claramente insuficiente protestar en las redes sociales; al final del día, la credibilidad de una posición es llenarse de “pueblo”, de ciudadanos, de gente.
Toda protesta requiere de un nivel de materialización, de corporeidad; sin seres humanos que le den un rostro a cualquier acción, parecería no existir más allá de unos pocos interesados. Mejor todavía si la acción de protesta es cubierta por los medios de comunicación tradicionales: cámaras de TV, fotógrafos y reporteros que hacen creíble e importante a la protesta, lo mejor para una causa es que sea presentada como una noticia.
A los usuarios de las redes sociales nos pasa con frecuencia que sobredimensionamos la importancia que estas tienen en nuestro contexto, vivimos en la ficción de su trascendencia, cuando en realidad en esta sociedad de múltiples exclusiones cientos de miles de personas están al margen de la tecnología o tienen un limitado acceso a ella, por eso la mayoría de lo que se discute en Twitter o Facebook tiene poca trascendencia para la toma de una posición. Hay que salir a la calle, sin calle una causa parece no existir en la realidad.
Debo confesarles que la intención inicial de esta columna era compartirles mi opinión sobre las acciones públicas de apoyo y rechazo a ciertos proyectos del Municipio de Quito (el proyecto Quito Cables y la llamada Solución vial Guayasamín), pero mientras escribía y pensaba en la ciudad tuve la sensación que estamos viviendo una de las consecuencias más nefastas de estos años de ‘revolución ciudadana’, perdimos toda capacidad de dialogar sobre temas de interés público.
El autoritarismo nos ha hecho mucho daño. Nos acostumbramos a la imposición, se cortaron la mayoría de vías institucionales para el reclamo y la participación, la ‘socialización’ se convirtió en una forma de propaganda y legitimación de decisiones tomadas.
Al margen de la práctica política reciente, parece que hemos olvidado que vivir en comunidad implica algún nivel de renunciamiento de nuestros propios intereses, pero que debemos para ello ser informados y consultados oportunamente en los asuntos que nos afectan, y que no necesariamente se hará lo que más nos favorezca.
Mientras leen esto quienes viven en El Condado y en los alrededores del túnel Guayasamín y la Plaza Argentina, pensarán que es fácil hablar de renunciamientos cuando uno no es afectado directamente. Es posible que tengan algo de razón, no sabemos cómo reaccionaremos hasta que afectan nuestras vidas. Pero tenemos que promover el diálogo como única alternativa democrática para resolver desacuerdos.
@farithsimon