La última vez que en el Cusco se realizó la fiesta del Inti-Raymi con la presencia del Inca fue en 1533, según lo consigna Garcilaso de la Vega. Esta festividad heliolátrica de los pueblos andinos se la celebra durante el solsticio de verano, a finales de junio, cuando el astro rey es más brillante.
Terminada la conquista, las autoridades coloniales la prohibieron por considerarla fiesta pagana. No obstante de ello, el Inti-Raymi, como una práctica arraigada de culto al sol, persistió siempre en el seno de las comunidades indígenas ya de manera velada, como ocurrió durante la colonia, o ya públicamente como sucede en estos años. Una de las formas a las que recurrió el indio para expresar de manera encubierta su fidelidad al sol, dios tutelar de sus padres, consistió en adherirse al vistoso ritual católico que el conquistador impuso a los pueblos sometidos. Y fue en la fiesta de Corpus Christi que el indio halló la oportunidad para expresar su secreta convicción heliolátrica al tomar parte en el cortejo festivo que seguía al rito sagrado; agasajo que se transformó en fiesta popular y ruidosa, comparsa bufa y multicolor que desbordaba el templo y se regaba por las calles de la ciudad. En el imaginario del indio de la sierra el círculo solar fue sustituido por la hostia sagrada que destellaba rayos de luz en la custodia de oro.
En todo ello el indio fue el gran protagonista: hizo de danzante, músico y pendonero, se disfrazó de curiquingue, guarro, loro y diablo huma. Gesto que llega a ser simbólico, representa un aspecto de ese proceso sincrético en el que se conjugan dos culturas: la occidental y la andina para dar paso a una síntesis rica en contenidos, heterogénea en raíces y no por ello menos problemática: lo mestizo andino.
Al ser despojado de sus ídolos el indio se sintió solo y expulsado de su paraíso, vivió en función de alimentar su pasado: lo que había perdido. El futuro es ahora el torturante recuerdo de lo que fue. Y si no se proyecta, se reacomoda al presente que lo niega. Crece con un sentimiento de culpa ancestral: el haber perdido el señorío de su tierra.
Acepta el bautismo: otra magia para él, rito que le abre las puertas de la nueva sociedad, pero no en la condición de dueño del reino que fue suyo sino de siervo, de desterrado en su propia tierra y en esa situación adopta el vistoso culto que el español le impone: la fiesta cristiana.
Para el mestizo (y no para el indio), el Corpus Christi es el Inti-Raymi que dejó atrás, la hostia sagrada en la custodia de oro rememora al disco solar que destella en los despejados cielos andinos: dios que fecunda la tierra, que empuja la semilla que crece en su seno hasta convertirse en esa caña enhiesta que ofrecerá su fruto: el luminoso grano de maíz, alimento del cuerpo y alegría de la comunidad toda.