¿Por qué se empeñan en obtener maderas finas de nuestros bosques? ¿Por qué no utilizan las que tienen en sus países? Porque nuestros bosques son intocables ¡imbécil! Fue la respuesta que recibió uno de nuestros despistados de un gringo que en sociedad con piratas locales exportaba maderas preciosas, como el cedro azul, a los mercados norteamericanos. Convertidas en muebles y enchapados para oficinas y mansiones, un timbre de orgullo para los grandes ejecutivos, aquellos que manejan las finanzas globales. También los bosques ecuatorianos deberían ser intocables: leyes de protección no faltan.
Un día de los que pasé de vacaciones en Marcopamba, nuestro fundo, un vergel gracias a nuestro esfuerzo, ubicado en el cantón Quero, se nos dio por llegar en carro a Riobamba por la vía a Guano, cruzando el nudo de Igualata, el que separa la provincia de Tungurahua de la del Chimborazo. Tal recorrido lo había hecho a caballo hace más de 60 años. Los pajonales han desaparecido, de los bosques primarios no queda un árbol. Los cultivadores de papas han llegado hasta las cumbres. Manchas de pinares por todos los lados. El desastre ecológico se ha producido en alturas que van por sobre los 3 300 metros, el límite de la cota permitida. En no pocos casos el Banco Nacional de Fomento había financiado la desaparición de un milagro de la naturaleza: los colchones de agua que habían en aquellos páramos. Los ‘ojos de agua’ que salían de esos depósitos portentosos, y formaban riachuelos ya no se ven. De los rebaños de ganado, ovejas y llamingos que yo vi no quedaba ni el rastro. Un cierto bienestar de los dueños de las numerosas parcelas era evidente, comenzando porque parecía que casi todos contaban con una camioneta.
De retorno, puse mayor atención en lo que había sucedido en las laderas de las montañas tutelares de Quero, el Shimpe y el Shaushi. También los cultivos llegaban a las cumbres. Como hacen sombra y afectan a los sembríos pocos eucaliptos quedaban de los que se habían sembrado en los límites de cada parcela y en alguna medida frenaban la erosión.
Pan para hoy, hambre para mañana. Al paso que vamos, a nivel nacional desertificación y erosión imparables, en no más de tres generaciones habremos reeditado la tragedia que se vive en Somalia y Eritrea, en donde millones de seres esqueléticos dependen de la caridad extranjera para no morirse de hambre. El pan escaso y amargo vendrá de aquellos países que supieron preservar sus bienes naturales con apego a leyes que no quedaban en el papel.
Bien hizo Antonio Rodríguez Vicéns en su artículo (EL COMERCIO, julio 31) al recordarnos que hay sociedades estúpidas. No cabe duda. Desventurados sus pueblos: “los desheredados de la tierra”, por obra y gracia de sus propias torpezas, las de sus gobernantes y las de sus gobernados.