Una de los temas de conversación entre los netflixianos es Damher, la historia del caníbal de Milwaukee. Abordaré en otro artículo el tema de la actuación, tildada de magistral, cuando es buena y punto.
Para mí, llaman la atención ciertas derivaciones sociales y psicosociales de los hechos y sus ramificaciones posteriores.
La primera es la fehaciente demostración del racismo. La señora Cleveland, por ejemplo, llama repetidas veces a la policía para denunciar al psicópata y, en cierta ocasión, enfrenta a los oficiales en persona, quienes terminan entregando a la víctima -adolescente y drogado- a su propio verdugo, pues este aduce ser su novio.
Ellos desestiman las palabras de la mujer porque es negra y el acusado es blanco y rubio (la señora Cleveland es la suma de al menos dos vecinas, ninguna de las cuales llevaba ese apellido, pero lo demás responde a la realidad). Un juez también es lenitivo con Dahmer, acusado de abuso sexual con menores, siendo la víctima asiáticoamericana.
De hecho, casi todas las víctimas fueron de origen étnico negro, latino, asiático y nativo americano (y homosexuales). Lo cual, sin duda, ralentizó la investigación policial. En casos similares, ante víctimas caucásicas, el accionar siempre fue distinto.
Damher, por otro lado, aborda la mercantilización alrededor de hechos de este tipo: los que escriben éxitos de venta, los medios masivos alimentándose como sanguijuelas de ellos y, cómo no, un público caníbal que implora y devora dichos productos mediáticos (como aquí quienes comparten imágenes crudas de las masacres en las cárceles. No nos engañemos: si no eres un forense, no necesitas verlas; como comunicador, incluso, basta conocer por descripción lo qué se hizo. Si no hay utilidad en mirar, y lo hago, hay morbo, es todo). Eso se agradece en la serie, que el horror viene de lo que sabemos hace el monstruo, más que de verlo.
Cierro aquí y continúo en 15 días.