Soberanía y globalización

La vida internacional de hoy somete a los Estados a una necesaria y útil condición de interdependencia. Consideraciones de utilidad les obligan a vincularse. El aislamiento es contrario a la propia naturaleza de los entes políticos. Y es teórica y prácticamente posible conciliar la característica del Estado, de depender solamente de sí mismo, con la condición de la sociedad de Estados dotada de poder vinculante respecto de sus miembros. La formación de las comunidades internacionales -a escala regional o mundial- se ha producido por un acto de voluntad de los propios Estados, que han limitado los alcances de su poder soberano a cambio de otros bienes que sólo la interdependencia les puede ofrecer.

Esto ocurre porque las complejas características de la vida moderna han hecho del Estado una entidad insuficientemente dotada para afrontar, aisladamente, las demandas del desarrollo económico y humano de sus sociedades. Lo cual es especialmente cierto con respecto a los Estados pequeños cuyos mercados estrechos, escasez de capitales, subdesarrollo científico y tecnológico, indisciplina social y otros muchos factores han producido un estrangulamiento económico que resulta imposible de superar dentro de los marcos nacionales. Todos los factores de dominación internacional son, en último término, cuestiones de tecnología. El poder militar, desarrollo industrial, avance agrícola, eficiente organización nacional, penetración cultural externa y cuantos poderes de dominación puedan imaginarse son, al final de cuentas, cuestiones tecnológicas. Con la circunstancia terriblemente grave -que es la causa de la actual crisis económica global- de que muchas de las facultades de gobierno sobre la economía, escamoteadas al Estado, han ido a parar a los directorios de las empresas transnacionales, que son los que planifican la producción y el comercio a escala mundial.

El histerismo "soberanista" -con una concepción de soberanía muy parecida a la que elaboraron los teóricos nazifascistas para servir los designios autoritarios de Mussollini, Hitler y Franco, quienes se consideraron a sí mismos como la encarnación del Estado- no entiende que los Estados han convenido voluntariamente en someter algunos elementos de su vida a un orden jurídico supranacional que ellos han concurrido a formar.

De donde resulta que el concepto de soberanía no sufre menoscabo, pues si un Estado se autolimita, aceptando voluntariamente un orden jurídico exterior, ¿qué hace sino actuar con arreglo a su soberanía y ejercer las facultades de obligarse y determinarse? En este contexto es difícil establecer en algunos políticos "revolucionarios" de nuestra América hasta dónde llega su nacionalismo y desde dónde comienza su complejo de inferioridad con sus dos efectos naturales: la genuflexa sumisión o la irritada crispación de ánimo.

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