Hace algunos años, había esbozado mi teoría de que este Gobierno, plagado de reivindicaciones -algunas justas y otras absurdas-, su retórica a momentos radical y su empaque de niño rebelde, padecía del síndrome de David. Lo definía como un patrón de conducta de tipo obsesivo, bajo el cual el sujeto actúa bajo una lógica de persecución, distorsionando las realidades del entorno, magnificando unas y minimizando otros a su antojo, y a cada paso armando una suerte de escena dramático/teatral para que sus actos sean percibidos como los de un heroico David que se enfrenta a un enquistado y poderosísimo Goliat que permanentemente traza un plan conspirativo contra él y su proyecto de revolución.
Con Chávez fuera de la escena, es previsible que nuestro Presidente quiera cada vez más embanderarse del rol de un nuevo David fresco, revigorizado, intelectualizado y afilado. Después de todo, ese fue el papel que con bombos y platillos desempeñó el venezolano durante sus 14 años de Gobierno, con dotes histriónicos sobresalientes y dejando verdaderas huellas en cada foro internacional. Para ese espectáculo de desplantes, carcajadas, ironías y sarcasmos también le asistía estar sentado en la silla del representante del país con la mayor reserva petrolera del mundo.
Si este Gobierno y sus funcionarios serán exitosos al momento de desempeñar el papel de Davides, con la espectacularidad y liderazgo de Chávez, está por verse. Es aún muy temprano como para hacer un pronóstico certero.
Sin embargo, a juzgar por el reciente fracaso de la propuesta liderada por el Ecuador y secundada por el resto de países de la Alba en el seno de la OEA para reformar a la CIDH, en que se mantuvieron intocadas las medidas cautelares así como el financiamiento de la Comisión -corazón de la lucha de la agenda ecuatoriana-, se podría conjeturar que sin el peso pesado de Chávez como gran orquestador de las movidas contrahegemónicas de su combo de países bolivarianos, los Davides locales tendrán aún un largo trecho por recorrer si quieren imprimir cambios al sistema en curso.
El Gobierno sobre todo deberá probar -como no lo pudo hacer durante esa maratónica sesión de Washington- que sus motivos eran auténticos y estaban orientados por la buena fe y no eran un capricho infantil, como lo señaló el uruguayo, al haber sido agarrados en falta con el caso El Universo.
David sí venció a Goliat, pero el gigante derrotado era un auténtico dios pagano, un enemigo a vencer. En este caso, una falla en el cálculo de la mirada gubernamental hizo que afile sus armas de manera torpe, contra el Goliat equivocado: la CIDH que es una de las instituciones valoradas por los países del continente. Un David desenfocado, puede ser un David suicida.