Van más de tres semanas desde cuando Dominique Strauss-Kahn ocupó las páginas principales de múltiples medios por haber sido protagonista de un acto de violencia sexual hacia una mujer que se desempeñaba como camarera en uno de los mejores hoteles de Manhattan. Sus amigos hicieron expresiones de la tradicional solidaridad entre varones, con una pobreza argumental que raya en la ignorancia.
Durante varios días nos vimos obligadas a leer sandeces que pretenden seguir manteniendo la idea de, que para muchos hombres, y particularmente para los hombres inmersos en las más altas esferas de poder, es imposible controlar sus impulsos sexuales. Incluso, algunos varones ilustres hablaron de modo burdo de la pulsión sexual masculina, repitieron expresiones ofensivas y despreciativas para las mujeres, utilizando en este caso el arcaísmo mucama, o simplemente optaron por ignorar a la víctima.
Y como DSK, aun cuando ciudadano del mundo e investido del inmenso poder que se arrogaba por ser director del FMI, es francés, no puedo dejar de referirme al significado de este episodio para mis dos tierras: mi patria natal, esta en la que aprendí el valor de los derechos humanos y en la que, gracias a un padre jurista, supe el profundo sentido de la justicia y de su inseparable relación con la ética, y mi tierra de adopción, esta que considero una matria que me ha acogido durante 44 años, y en la que aprendí el significado de ser mujer en una cultura patriarcal y el valor ético-político de los cuerpos de las mujeres.
Me resulta inaceptable el ocultamiento casi total de la víctima, porque efectivamente hubo una víctima, sujeta de derechos. Lo que se olvida en las notas de prensa y en la conciencia colectiva. una víctima que tiene nombre e historia. Lleva inscritos en su cuerpo procesos seculares de discriminación y exclusión que se reproducen esta vez sobre ella, y que tienden a legitimarse una y otra vez por brutales ejercicios de fuerza, en los cuales el poder y el sexo vuelven a acallar las palabras de las mujeres víctimas.
Sufi X es una ciudadana de segunda porque sus orígenes étnico-raciales, su oficio, su lugar de residencia y su condición de mujer joven la silencian y la llenan de temor ante la fuerza de la palabra de quienes detentan el poder. Un obscenamente materializado en la fuerza viril.
Aprendí desde muy joven el valor de la presunción de inocencia como herramienta indispensable en el ejercicio del derecho, un valor que ha sido escaso y actualmente es fuente de confrontación entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La historia repite un ritual instaurado hace miles de años en el cual las inmoladas son siempre las mujeres.