En las democracias occidentales el Parlamento cumple dos tareas fundamentales, la de legislar y la de fiscalizar. Es inevitable que los diputados cumplan también otras funciones menores, cuestionables y comprensibles, como promover obras, canalizar recursos, impulsar su liderazgo personal para asegurar la reelección, sugerir nombramientos, promover intereses. Algunas de esas tareas son más fáciles desde el partido que está en el poder o alguno de los aliados, por eso se producían tantas deserciones en los bloques de oposición. A esto se sumaba la crisis de los movimientos políticos que convirtieron a sus líderes en dueños del partido, de las candidaturas y la voluntad de los elegidos.
Muchas personas valiosas se negaban a formar parte de los congresos porque temían quedar atrapados en la disyuntiva de convertirse en serviles o traidores. Serviles si seguían disciplinadamente las órdenes del partido, traidores si expresaban su desacuerdo en los discursos o en la votación. Los intentos de escapar de estos problemas han provocado nuevas complicaciones que afrontarán los asambleístas.
Es difícil imaginar lo que puedan hacer los integrantes de la oposición. Con 100 diputados en el bloque de Gobierno, la oposición es irrelevante, serán invitados de piedra en la Asamblea y en las comisiones. Sus opiniones serán también irrelevantes en la legislación y no podrán hacer nada como interpelantes, pues ni siquiera pueden solicitar información.
Los integrantes del bloque de mayoría tampoco tienen una situación envidiable. Una de las asambleístas reelegida, comentando en días pasados acerca del la Ley de Comunicación, decía que ya no hay nada que debatir, que las discusiones concluyeron y que la sesión suspendida se reiniciará solo para someter la ley a votación. Qué triste papel para los 100 elegidos, votar a favor de una ley sin poder opinar sobre ella. Van también comprometidos con un código de conducta que les ha privado de los derechos que establece la Constitución para convertirles en figurantes sometidos a las decisiones que tome el movimiento político .
Los asambleístas elegidos por el partido de Gobierno saben que no fueron elegidos por sus propios méritos sino por haber sido incluidos en las listas oficiales y cuando sientan la tentación de creer que tienen alguna autonomía se les dirá, como han sido prevenidos, que no hay lugar para agendas propias ni proyectos personales y que deben apoyar el proyecto nacional si desean continuar allí.
Los bloques de Gobierno y de oposición deberán encontrar en la Constitución los elementos que permitan diseñar su papel. No pueden aceptar que representan al partido o al proyecto; fueron propuestos por el partido pero para representar a los ciudadanos. Deberán encontrar la fórmula para escapar a la injusta clasificación como serviles, como traidores o como inútiles.