¿Será sucia la política?
Los analistas políticos dicen que la política, en general, tiende hacia una democracia tutelada, de baja intensidad, dominada no por la ideología, sino por los intereses. Siempre suele darse una cierta distancia (a veces, hasta un divorcio) entre poder y ciudadanía. Lamentablemente, lo que la gente expresa comúnmente, cuando habla de los políticos es que lo que prima son los intereses personales, familiares o de troncha.
Me he preguntado muchas veces el porqué de esta percepción generalizada que desacredita de forma inmisericorde el actuar político. Alguno llegó a decir que la política no es más que un coctel adulterado: tres cuartas partes de mentira y una cuarta parte de avidez. Quizá haya que pensar en algunos causales para justificar tal desaliento… Se me ocurre pensar en realidades tales como la concentración del poder, la burocratización de la vida, la mediocridad de la función pública, el clientelismo y el nepotismo, el enriquecimiento rápido y abusivo de los funcionarios de turno, la corrupción y la mentira de una propaganda que, en el fondo, esconde la realidad, esa distancia grande entre lo que se publicita y la vida evidente, lo que cada uno tiene que sufrir en el diario… Y algo más, esa pérdida escalofriante de ideales frente a los dictados del consumo y del poder.
Regreso de España, tras unos días de descanso familiar, y he podido constatar el desencanto de muchos que ven cómo las vías de participación democrática (sindicatos, asociaciones vecinales, agrupaciones de padres, etc.) quedan relativizadas y sometidas a los intereses de la alta política o del mercado. No hay que ir tan lejos… La indignación argentina, que el papa Francisco pudo constatar y afrontar en sus discursos, nos habla de lo mismo, adobada por la rampante corrupción, sinónimo de desengaño. Aquí y allá, la corrupción flota en medio de una cultura de muerte que ha hecho del dinero el mejor de los sueños.
¿Será que "la política es una porquería"?, ¿será que "todos son iguales"? Personalmente, creo que no. La vida de este planeta está llena de ejemplos valiosísimos de hombres y de mujeres que han sacado adelante a sus pueblos y han hecho de su historia una historia de liberación. Por eso, no podemos dejar de ser críticos y exigentes con la realidad que nos rodea. En política siempre será necesaria una mayor transparencia, una ética social humanista, acrisolada por valores democráticos que dejen en evidencia el valor de la ética.
No sea que, al final, tengamos que darle la razón a Al Capone, que solía decir: "No entiendo cómo tantas personas eligen el camino del crimen, cuando hay tantas maneras legales de ser deshonesto". Es evidente que Al Capone era un cínico más pendiente de la trampa que de la ley. Nosotros no. En nuestro horizonte ético la política y la legalidad tienen que ser los espacios de una voluntad de promoción que nos haga dignos.