Hay quienes se alegran por la cara de víctima con la que compareció por internet este viernes el expresidente Correa. Está bien que quienes se creyeron intocables respondan por delitos como los ya sentenciados en dos instancias. Pero esos ‘sufrimientos’, desafortunadamente, significan poco en términos jurídicos, y menos aún en términos electorales.
Hay que esperar mañana la decisión sobre el recurso de casación. Pero basta ver que ocho de los 20 procesados en el caso Sobornos, entre ellos el propio Correa, están fuera del alcance de la justicia. Y hay que estar conscientes, sobre todo, de que nada de eso cambiará la percepción de un electorado que sigue aferrándose a un discurso de esperanza no cumplido pero bien promocionado.
El binomio presidencial del correísmo, con él como su promotor, puede estar en la segunda vuelta. Ante el hecho de que la supuesta revolución, que dejó en bancarrota al país, que dilapidó el dinero y enriqueció a los suyos, tiene oportunidades electorales, resulta más productivo no concentrarse tanto en ella sino en lo que pasa en otras tendencias.
La línea conservadora irá unida, y esa pudiera ser una ventaja para el binomio encabezado por Guillermo Lasso. En el otro extremo, puede ser Yaku Pérez quien aglutine los votos a partir de un discurso ambientalista y de reivindicaciones que, si ya eran muchas en octubre del 2019, son más profundas y dolorosas en esta etapa de supuesta pospandemia. ¿Qué país irá a las urnas en cinco meses?
La pregunta más importante, sin embargo, es qué tendencia, si no es el correísmo, captará los votos de quienes no se identifican con los extremos. En la larga lista seguramente hay buenos candidatos, pero pocos con un nivel de reconocimiento que los vuelva alternativas ganadoras. Es posible que más adelante algunos se unan y abran una opción para un votante que no quiere ni lo uno ni lo otro.
Vale la pena fijarse en qué visión de país se ofrecerá -se ofrece ya- desde las tendencias. No se trata de que los candidatos digan lo que quieren escuchar los electores, sino de que se esfuercen para que este país heterogéneo, de urgencias, polarizado, les quepa en la cabeza, y que tengan un plan para darle rumbo.
Ya sabemos a dónde conduce -siempre al fracaso y a la falta de consensos- la visión narcisista de querer construir un país a imagen y semejanza de uno, en lugar de ponerse al servicio de una sociedad donde conviven sectores abandonados y hoy más desprotegidos, mientras otros ganaron y se olvidaron de las ofertas de reducir la inequidad.
Preguntas finales: ¿por qué la clase dirigente siempre espera que hablen las calles o las urnas y no decodifica los mensajes de octubre o de la crisis del covid-19, más allá de hacer beneficencia o de querer ‘educar’ al votante? ¿El presidente será producto de esa visión miope? Si es así, ya se sabe quién ganará.