A propósito del pasado 13 de abril, reflexionaba sobre como llegué a ser docente universitario. A pesar de haber tenido a lo largo de mi vida maestros inspiradores como María Dolores Gómez de la Torre (la Totoles), Hernán Salgado o Simón Pachano, esa línea de trabajo nunca estuvo en mis planes. Sin embargo, un día un amigo me pidió que diera un curso en una Universidad, lo que acepté a regañadientes, y la vida me dio un vuelco.
Ser docente significa sorprenderse cada día con la curiosidad y las preguntas de los estudiantes. Ver sus rostros cuando descubren algo nuevo o comprenden un concepto complejo es una sensación tan gratificante que es difícil de describir con palabras.
Además, esta actividad me ha permitido profundizar en mis propios estudios. A menudo las preguntas que me hacen mis estudiantes me obligan a investigar más y a mantenerme actualizado. A través de la docencia he descubierto formas nuevas de pensar o de abordar ciertos problemas, lo que ha sido crucial para mejorar mi propio trabajo.
Sin embargo, más allá de los aspectos meramente académicos, lo que más valoro de ser maestro es el impacto que puedo tener en la vida de mis estudiantes. Me llena de orgullo saber que estoy contribuyendo en la formación de los que luego serán los lideres que sacarán este país adelante. Es maravilloso ver a mis estudiantes crecer, no solo académicamente, sino también como personas, y estar consciente de que, hasta cierto punto, uno ha sido parte de ese proceso.
“En definitiva, ser maestro ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. A través de la enseñanza he aprendido tanto como he enseñado y me siento agradecido por la oportunidad de contribuir al crecimiento y desarrollo de mis chicas y chicos, como los llamo. Ser testigo de lo que han logrado Melina, María del Carmen,
Valeska, Carolina, Gaby, Michael, Karen, Alejandro o Emilia, solo por nombrar a unos pocos, no solo me llena de alegría y satisfacción, sino de un orgullo que no puedo ni quiero ocultar.”