El “Día de la Madre”, que se conmemora en esta fecha (segundo domingo de mayo ) en varios países, provoca y con razón muchos homenajes en su honor, encierra un enorme objetivo, agradecer, reciprocar, reconocer el trabajo y cariño que ella da sus hijos, sin límite ni restricción alguna y que el día a día agitado no nos lo deja recordar y cuando están vivas apreciemos escasamente su labor y afecto.
Los grandes cambios de la época contemporánea han expandido más la significación de este día y las “innovaciones” del siglo XXI lamentablemente lo han comercializado en extremo, tanto que asistimos a una suerte de subasta pública para demostrar ese afecto, a través de objetos materiales de la más variada índole, tales como: viajes, joyas, flores, prendas de vestir, comida, etc., etc., queremos atiborrarla de algo que la haga sentir feliz.
No es absurda la idea, por el contrario si ese es verdaderamente el sentir de sus hijos, parece formidable que lo hagamos, pero no basta, sobran 364 días para agradarla, días en los cuales nos olvidamos de sus necesidades, pasamos de prisa por su vida, requerimos más favores que damos reconocimientos, nos falta el tiempo para sentarnos junto a ella y escuchar de sus labios sus preocupaciones, estamos ocupados para darnos el espacio de su compañía, de sus recuerdos, de sus anécdotas, para recibir su ternura y cariño que desborda como polen en primavera, para sentarnos en la mesa y compartir una simple taza de café llena amor y más todavía cuando la carga de sus años han blanqueado su cabeza, arrugado su piel y desmejorado ostensiblemente su agilidad, cuando vive su frío e intenso invierno.
Ellas en verdad están hechas para dar, cariño, tiempo, sopa caliente en el frío, abrigo en la madrugada de la existencia, su vida si es preciso y necesitan poco, solo que aceptemos su servicio y cuidados perennes.
Bien recoge el obispo chileno Ángel Jara su imagen cuando expresa: “Una mujer, que siendo pobre se satisface con la felicidad de los que ama, y siendo rica, daría con gusto sus tesoros por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud”, o cuando le canta Dennise de Kalafe: “A ti que me diste tu vida, tu amor y tu espacio, a ti que cargaste en tu vientre dolor y cansancio, a ti que peleaste con uñas y dientes, valiente en tu casa y en cualquier lugar, a ti rosa fresca de abril a ti mi fiel querubín.
A ti te dedico mis versos, mi ser, mis victorias, a ti mis respetos, señora, señora, a ti mi guerrera invencible, a ti luchadora incansable, a ti mi amiga constante de todas las horas”.
Lo triste viene cuando no está, cuando se ha ido, cuando lo único que queda de ella es su retrato sobre la mesa, cuando su voz se ha callado para siempre.
Mi homenaje a todas las madres en este día y a la mía que partió hace un mes, pero vive intacta en mi memoria.