Obama está a punto de llegar a Chile. Hace bien. Chile está a la cabeza de América Latina. ¿Cómo lo logró?
Hace un año Sebastián Piñera llegó a la Presidencia saludado por un terremoto devastador cuyos daños fueron calculados en treinta mil millones de dólares. No obstante, el balance tras 12 meses es razonablemente bueno: crecimiento del PIB de un 5.2%, ligero aumento de la productividad, reducción de la inflación, disminución de la delincuencia y un clima social relativamente sosegado, pese a que cierta izquierda rabiosa intentara presentarlo como el retorno del pinochetismo.
Sin embargo, más importante que los logros o fallos de Piñera es la continuidad sin sobresaltos de su obra de gobierno. De la misma manera que en 1989, presididos por Patricio Aylwin, una coalición de centro-izquierda sustituyó a la dictadura de Pinochet, pero no renunció a los aspectos positivos que dejaba el general, sino que se dedicó a edificar una democracia moderna regida en lo económico por el mercado y la empresa privada, Piñera asume el poder tras la socialista Michelle Bachelet sin destruir nada. Sencillamente, continúa la marcha, propone ciertas medidas que a él y a sus expertos les parecen más eficaces y todos permanecen bajo la autoridad de la ley y al amparo de las instituciones.
Por eso Chile es hoy la nación latinoamericana más exitosa. La inmensa mayoría de la sociedad está de acuerdo en que el mejor modelo de convivencia está en la democracia liberal, los fundamentos económicos del mercado y la supremacía de la sociedad civil. En consecuencia, la clase política se mueve pacífica y cívicamente dentro de ese espectro, que es, además, el de las veintisiete naciones de la Unión Europea, EE.UU., Israel y otra docena de países triunfadores del Primer Mundo.
Quienes componen el abanico de la democracia liberal chilena han entendido que no son enemigos irreconciliables, sino miembros de una misma familia política. No cuestionan el sistema sino el monto de la presión fiscal, las prioridades en los gastos públicos y las normas sociales.
Así se comportan las naciones serias. Sin sobresaltos, sin delirios revolucionarios sin refundar la nación de acuerdo con las fantasías del caudillo de turno.
En las sociedades triunfadoras los héroes no suelen ser los políticos, sino los empresarios destacados que generan riqueza, los científicos que logran grandes descubrimientos, los atletas que consiguen romper marcas olímpicas o los intelectuales y artistas universalmente admirados. No llegan al poder para mandar, sino para obedecer y servir.
Eso es lo que Chile viene haciendo desde hace más de 20 años. No hay más secreto.