Hay quienes sostienen que algunos países latinoamericanos son inviables, tal el caso de México. Para que en pocos años las víctimas de quienes están fuera de la ley se cuenten por decenas de miles y el número vaya en aumento pese a las acciones punitivas de los gobiernos de turno, es para creer que la sociedad mexicana se halla invadida por una enfermedad atroz que va minando la convivencia civilizada. Lo de hoy es resultado, dicen, de que muy pocos en México oyeron la sentencia de Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. En tanto millones de mexicanos huían a los Estados Unidos en busca de pan, algunos ex presidentes del país injusto pasaban a engrosar la lista de los más ricos del mundo. Aquella enfermedad se inició antes de que aparecieran las mafias de los narcotraficantes. El México lindo y querido quedó para los extranjeros, entre los cuales me cuento.
Como tenemos piel de paquidermo, no nos iba ni venía el calificativo de ‘Banana Republic’ que lo compartíamos con Honduras y otros países desventurados. Desde luego que nosotros llegamos al colmo como que un bananero por poco llega a la Presidencia de la República. Menos mal que supimos reaccionar con los últimos alientos que nos quedaban y el entendimiento claro de que por ningún concepto podíamos resignarnos a continuar siendo una ‘república en ciernes’ a la que nos había conducido la inestabilidad política producto de la codicia voraz de quienes se movían entre telones.
Desde 1996 tres gobiernos fueron defenestrados: el de Bucaram, el de Mahuad y el de Gutiérrez. Mediaron razones de peso, es verdad, pero también es cierto que tales personajes llegaron a la Presidencia democráticamente. El cuarto vendría por añadidura, según los cálculos que hacían, supongo, los enemigos del régimen de Correa.
La coyuntura se dio el 30-S, hace un año. Aquellos hechos no los tengo claros. ¿Se atentó o no contra la vida del Presidente? ¿Los francotiradores eran angelitos caídos del cielo con el propósito de repartir hostias? ¿Se le mantuvo secuestrado al Presidente hasta que se produjera la gorda en el enfrentamiento de fuerzas del Ejército con los policías sublevados? ¿Cuando el Presidente se escapaba del Hospital de la Policía los insurrectos dispararon al coche en que huía como para despedirlo con todos los honores? ¿Los tanques, leales, que venían de Ibarra decidieron el desenlace, pues no llegó a producirse la conflagración que se esperaba y se había iniciado en Guayaquil?
De lo que sí estoy convencido es que nos salvamos de caer en la repetición de hechos que hasta ayer nomás nos pusieron en el nivel al que llegan los países que no tienen futuro como no ser el de factorías de las que lucran propios y extraños, aquellos que como los africanos subsaharianos llegaron tarde a la historia.