¿Por qué “La persistencia de la memoria” (también conocida como “Los relojes blandos”) de Dalí es su obra más celebrada? Pintada a sus 27 años, de formato pequeño, es pieza emblemática del artista catalán. Anunciación del triunfo del inconsciente en la creación visual, supresión de la realidad y develamiento de la esencialidad humana, simbolismo que fractura la realidad y sondea los infinitos del ser… Aparición de los “relojes blandos”, uno de los elementos recurrentes en la obra daliniana. Atemporalidad. Relojes gelatinosos, maleables, perecibles: el tiempo que alojamos es distinto al que dispone la “racionalidad”. Tiempo y memoria en duelo incesante. Objetos dispuestos por una imaginación desbordada: relojes abatidos por la obstinación de la memoria, hormigas engullendo un reloj fijo, Dalí autorretratado, como telón de fondo, un paisaje.
Ferviente lector de la poesía del Siglo de Oro español, resuena la voz de Francisco de Quevedo: “Ayer se fue; mañana no ha llegado;/ hoy se está yendo sin parar un punto:/ soy un fue, y un será, y un ser cansado”, merodeando el arte de Dalí. Más que repudio, desaire y omisión del tiempo que nos cruza y devasta.
“Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada, un segundo antes de despertar”, 1944, óleo sobre tabla. (Vicente Santamaría de Mingo refiere que fue una de las escasas obras que ejecutó el artista en ese tiempo asediado por su genio para trabajos de cine, ballet, diseño…). Esta obra es –entre evidentes elementos surrealistas– glorificación de Gala, la mujer que lo llevó de su mano por la vida. “Mi niño”, lo llamaba, y eso fue Dalí para esta mujer que cubrió el escenario cultural español de esa época gracias a su hierática y radiante personalidad. (La misoginia de su entorno no pudo velar sus valores).
Gala aparece en la obra alumbrando un paisaje. La claridad brota de ella más que de los elementos naturales. Desnuda y resplandeciente, duerme; su cuerpo sobre una roca, bordeado por gotas de agua y una granada roja y correosa, de semillas encendidas, alrededor de la cual zumba una abeja que altera su sueño. En el cielo, otra granada estalla y de ella emerge un enorme pez de cuyas entrañas irrumpen dos tigres con sus fauces amenazantes y una bayoneta que despertará a la mujer. Errante, en el lado derecho de la obra, un elefante con patas de flamenco soporta un obelisco, en alusión al poder del papa.
La creación visual de Dalí es también un entramado de sus perturbaciones y zozobras, aglutinamiento de visiones engendradas en su inconsciente, efusión de su convulsa sustancia humana. Amor, erotismo y sexualidad, miedo y espanto de morir. La señal doliente de su familia y el paisaje donde discurrieron sus primeros años: su madre y su hermano muertos, la pugna que mantuvo con su despótico padre…
“La tentación de San Antonio”, 1946, óleo sobre tela, suscitó críticas sobre la religiosidad del artista (al regreso de su autoexilio en Estados Unidos se convirtió al catolicismo y se autoproclamó santo, ¿fue esta la causa por la que recibió acerbas críticas de propios y extraños? Imbricación de ciencia y tecnología. Apología del anacoretismo cristiano. El santo, desnudo, semiarrodillado, muestra una cruz a un tropel de tentaciones. Simbología de los placeres terrenales: mujeres desnudas, elefantes con patas arácnidas portando obeliscos (algunos críticos ven en ellos signos fálicos), castillos…
Dalí, el hombre que llegó a lo más hondo del alma humana: a la sucesión de las reacciones violentas, líricas y psíquicas. Lo hizo a través de su itinerario vital lleno de opacidades, fulgores y estruendosos actos e ideas, y por medio de su creación visual: más de mil obras resueltas al óleo y al temple, esculturas, dibujos, acuarelas… que aún no han podido ser catalogadas y cuya única dueña es la humanidad.
¿Qué pasó con Dalí después de la muerte de Gala? ¿Qué quedó de su mirada alucinada que imantaba a quienes lo veían; de su icónico bigote; de su gloria y fortuna y su vestimenta espléndida y ostentosa; de las venias de reyes, emperadores y millonarios; de los aplausos que detonaban a su paso? Solo su párkinson y su enfermo corazón. Recogimiento. Soledad. Vacío.
Se ofrecieron suculentas sumas de dinero para pintarlo en el lecho de muerte. Nadie ni nada pudo hacerlo, aferrado a la mano de su mayordomo, su fiel compañero. Solo una fotografía de sus últimos instantes:su bigote blanco como vestigio de vida, forcejeando –antenas prodigiosas– para seguir escuchando los últimos susurros de su ánima. Su lustrosa cabellera reducida a un puñado de pelos blancos desvaídos. Los ojos de lince, rendidos ante el tiempo, a punto de cerrarse. El rostro sepulcral. La última señal de su esplendor: una manta bordada de brocado plateado, que a modo de capa cubre su cuerpo escombrado y esconde sus manos.
“Y el sol entró por el balcón cerrado/ y el coral de la vida abrió su rama/ sobre su corazón amortajado”, Federico García Lorca.