Los procesos de integración regional en América Latina (CAN, Unasur, Mercosur, Alba, OEA, etc), a lo largo de su larga y corta existencia, han atravesado por una serie de altibajos. Así como han habido momentos de impulso y fortalecimiento, también se han presentado etapas de crisis y fracturas.
Esas crisis y fracturas han ocurrido por diferentes motivos. En unos casos han sido por discrepancias entre los países, intereses encontrados, incidencia de agentes internos y externos, desacuerdos frente a la adopción de compromisos, sesgo ideológico, entre otros. Cuando estas diferencias han sido “insalvables”, uno de los países ha tomado la decisión de separarse.
Ese fue el caso de la separación de Chile de la Comunidad Andina (CAN) en la década del setenta y de Venezuela en el 2006. Recientemente, frente a las discrepancias y serias diferencias al interior de la Unasur para elegir a su Secretario Ejecutivo, seis países han decidido suspender su participación en esta instancia regional: Colombia, Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Perú. En consecuencia, si no está en camino de su desaparición, se encuentra sensiblemente debilitada y en crisis.
Lo mismo puede ocurrir con la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba). La semana pasada, el canciller José Valencia, anunció la salida del Ecuador de la Alba por estar en desacuerdo con el gobierno del presidente Nicolás Maduro en torno a la crisis que atraviesa Venezuela y que ha provocado un éxodo masivo de personas.
En realidad, más temprano que tarde, esta decisión tenía que tomarse. La pertenencia del Ecuador a la Alba no tenía sentido. Fue una idea disparatada del ex presidente Hugo Chávez y de Fidel Castro de hacer un contrapeso regional a la iniciativa de los Estados Unidos de formar un área de libre comercio de las Américas (ALCA), la cual debía comenzar a funcionar a partir de la IV Cumbre de las Américas en el 2005. Sin embargo, esto no avanzó por las gestiones de Chávez y Castro sino por intereses económicos que existen en los países de la región y los mismos problemas que generalmente han dificultado la consolidación de los distintos mecanismos de integración.
Al igual que Unasur, Alba fue catalogada por la “academia” como parte del nuevo regionalismo sudamericano. A diferencia de otros mecanismos como la CAN, Mercosur o Alianza del Pacífico, en los cuales ha tenido un peso importante los aspectos económicos y comerciales, la Alba quiso convertirse en un foro de articulación política. Digamos que hasta cierto punto lo logró pero vinculada esencialmente a los intereses político-ideológicos de Caracas y de La Habana. No de Ecuador.
Por ello, ahora que se quiere recuperar la imagen de nuestro país a nivel externo, así como articular una política exterior basada en principios y en los altos intereses del Estado, la salida de la Alba es positiva. Bien por el Canciller y el presidente de la República.