Columnista invitado
Alexis, un estudiante de secundaria de Guayaquil sufrió afectaciones en su cadera, su cuello se hinchó y sufrió un derrame en el oído izquierdo. Después de la caída quedó con la mirada perdida, balbuceando incoherencias. El estudiante se golpeó la cabeza, perdió el control de esfínteres y no paró de vomitar. Quedó transparente.
La caída era parte de un “juego” (Rompecráneos ‘challenge’) de sus compañeros. La broma, que parece sacado de manuales para hacer daño es simple. Consiste en patear a una persona en las piernas mientras salta, con el fin de hacer que pierda equilibrio y caiga. Casi siempre de espalda y de cabeza. En el entablado, las baldosas, el cemento.
Alexis -que se recupera favorablemente- al final salió bien librado de su caída porque lo que pudo sucederle es terrible. Pérdida de memoria, fractura del cráneo, hemorragias internas, fracturas en la columna cervical. Pérdida de conocimiento, desorientación, discapacidad permanente, estado de coma…
La reseña anterior parece una noticia de crónica roja. Pero no. Se trata de los efectos de uno de los nuevos “desafíos” con que las redes sociales enamoran adolescentes. Lastimosamente no es el único. Las reseñas periodísticas hacen mención a otros retos: el juego de la asfixia y la escalofriante Ballena Azul que incitaba al suicidio.
No hay certeza del origen. La prensa lo atribuye a un colegio de Caracas, pero se ha hecho presente en España, México, Colombia.
La difusión de estos desafíos dejan muchas interrogantes. ¿Cuáles son los resortes íntimos para que chicos, que no son niños ingenuos, sigan una receta que puede ser fatal contra compañeros? ¿Qué encuentran en estos morbosos juegos: provocación, identidad, reconocimiento, sentirse en onda, popularidad, poder?
El afán por entender estos comportamientos nos lleva al escenario en que se producen. Como señala Sybel Martínez de Rescate Escolar, estos desafíos son en realidad actos de violencia. Pretenden minimizarse bajo los calificativos de juego, bromas, entretenimientos, travesuras. Esta naturalización de la violencia nos alerta sobre los entornos en que nos desenvolvemos. Muchas veces incrustados de agresión, discrimen, exclusiones. Tal vez los juegos desafiantes sean una expresión más de estos escenarios intimidantes . La violencia también se aprende.
Entre las reacciones más interesantes figura una contra-campaña de estudiantes, también en varios países, incluido Ecuador. Se llama “Ámate y respeta”. Aboga desde adentro por el fin de las violencias y el bullying. Proclama: “no más agresiones para divertir a terceros, no más humillaciones para placer de otros, no más atentados en contra de la salud, no más faltas de respeto a cambio de unos “likes”.