Si un rey no tiene súbditos que lo acompañen por voluntad propia, no es rey. Si recurre a la tiranía y coerción para llevar a cabo su gobierno, deja de ser quien manda. Si la ley del miedo es la que manda en sus dominios y la libertad se pierde en el camino, el caos será total, llegará porque tiene que llegar en la búsqueda de la natural condición humana que implica dignidad y justicia de la verdadera, no la que se mira a través del lente de la conveniencia temporal que se debe a momentos que no perduran mandados por intereses políticos, religiosos o económicos.
La ceguera circunstancial y momentánea de un pueblo no le permite ver los resultados a largo plazo. Verá sólo aquellos que, dirigidos, se rumorean en una prensa presa de supuesta objetividad incorrupta. El alto y descontrolado gasto que publicita éxitos en vez de inversión de la misma cantidad en planificación y estructuración de bienes comunes y obligatorios como la educación y la salud, entre otros, pondrá temporalmente un filtro sobre la visión de un conglomerado humano pero, cuando sienta la verdadera falta de lo que le es indispensable para sobrevivir, este aparato que desenfoca desaparecerá reforzando imágenes claras de inseguridad y corrupción, parientes cercanas en el ámbito criminológico, en el que se despertará irremediablemente inmerso. La sociedad, con su nueva visión; fuerte ante la desesperación por hambre a falta de trabajo y, de libertad esencial, provocará un cambio verdadero sin disfraces populistas que será duradero y aplastante.
Así como el cansancio se apropia del cuerpo luego de largas horas de trabajo que no necesariamente producen el deseado bienestar. Al cuerpo se lo engaña, con cafeína y poder mental, pero finalmente, se rinde. Igual sucede con la mente y las emociones, nos esperanzamos con promesas de futuros irreales, si estas, son bien comercializadas, pero tarde o temprano la realidad golpea en los lugares más inesperados y las falsedades simplemente pierden su brillo, entonces se rebelan.
La población despertará en un mundo de agresiones no justificadas, guerras entre hermanos, odios desmesurados, fruto de la semilla plantada para seguir manteniendo la falsa esperanza, pero será como la mala hierba, difícil de desterrar.
Estamos a tiempo, perdamos el miedo reforzando la esperanza, con la frente en alto, la libertad como bandera y los sueños reales, podemos revertir la situación. Está en nuestras manos y en la conciencia individual y colectiva. Es nuestra obligación, volcarnos a una lucha abierta para destrozar el lente que desenfoca y desvirtúa la realidad. Si el rey no logra amilanarnos, se queda solo y sin quien lo sostenga, ya no será rey.