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El año que arranca se presenta con enormes desafíos para las fuerzas políticas y el gobierno. Las elecciones seccionales a celebrarse en marzo serán, a la vez, el comienzo de la carrera presidencial para el 2021. No habrá, en consecuencia, momento para la pausa. El calendario camina de manera inexorable y los cálculos políticos estarán al orden del día. Los resultados de los comicios de mitad de período serán elementos valiosos para el análisis y las estrategias que los distintos grupos desplieguen para, a la final, pretender hacerse con el trofeo mayor, esto es captar el sillón de Carondelet. Pero el trayecto está cruzado de una serie de elementos complicados, para unos y otros, lo que sin duda acentuará las dosis de ansiedad por intentar vislumbrar el destino que le espera al país. En principio, con la declinación de la aceptación popular, el gobierno no tendrá un camino fácil. Las listas de candidatos inscritos no reflejan que el partido oficial esté haciendo una apuesta importante en estas elecciones. En Quito, grupos que le apoyan respaldan la candidatura del General Moncayo a la Alcaldía, pero si este último termina triunfando difícilmente se lo podrá acreditar como un éxito gubernamental. En Guayaquil sucederá cosa parecida porque, definitivamente, el aspirante que disputa a los socialcristianos el sillón de Olmedo no se presenta como gobiernista. En otros sitios la situación es parecida, con lo que terminada la justa electoral el gobierno no tendrá posibilidades de mostrar triunfo alguno, lo que transmitirá la sensación de orfandad absoluta.
Quizá lo que pueda exhibir como éxito de su política es si las fuerzas que aún responden a su antecesor, agazapadas en movimientos políticos de poca monta, sufren un cataclismo en estas elecciones. Será un paño tibio porque la amenaza populista está intacta, más aún si a esta administración le ha correspondido lidiar con el descalabro heredado, que no ha sido adecuadamente explicado. Las fuerzas que pretendieron construir una hegemonía indestructible y que buscaron que el actual gobierno les solape para retornar incólumes luego de un período presidencial, quedarán resentidas y se esforzarán por hacer todo lo que esté a su alcance para provocar estragos e intentar pescar a río revuelto. Como lacónicamente lo dijeron para ellos el problema no es ético ni judicial, es político. Si vuelven al poder vendrán por todo, con su vileza y venalidad acentuadas.
Pero, con la mirada puesta al 2021, las alianzas no serán fáciles. Aquellos que sientan que tuvieron respaldo en estos comicios y que vean sus opciones intactas para convertirse en sucesores del gobierno, no estarán prestos a inmolarse por el riesgo que los tilden de oficialistas. Lo que le resta del mandato le tocará transitar sin apoyos explícitos, en una fragilidad absoluta, justo cuando se requerirán enormes esfuerzos para evitar que la situación económica continúe deteriorándose. No es fácil la tarea y, como siempre, la incertidumbre acecha.